martes

Mis Favoritos

El Amor y la Amistad

El amor y la amistad no son dos bienes sustitutivos perfectos. Cuando el amor nos sale demasiado caro (para el alma), no debemos sustituirlo por una amistad. En un mercado competitivo, cuando se incrementa el precio de las peras, la gente deja de comprarlas, y en consecuencia aumentan las ventas de plátanos, la demanda. Pero con el amor y la amistad la cosa no funciona así. “Podríamos ser amigos”, acostumbra a ser la frase que le sigue a una negación. No hay error más grande. Hay que echarse a correr, lejos. Pero ya. Huir de esa mujer por la que ni todavía tu eres capaz de imaginar lo que estarías dispuesto a hacer. La amistad entre un hombre y una mujer solo puede llegar a consumarse desde el sexo, o desde la indiferencia, pero nunca desde el amor. Seguramente aquellas mujeres que nos dicen que no nos quieren, pero que no se comportan como si así fuera, que quieren que a pesar de todo sigamos formando parte de sus vidas, son aquellas que nos acaban causando mayor dolor. Todo deriva hacia un amor patológico. Y la vida se te derrumba como un castillo de naipes. Y el corazón sangra en silencio, y la herida no entiende de cirujanos. Estas perdido.

Padres Nuestros

En una noche de la semana pasada, llegando de jugar un partido de fútbol, sucedió un hecho que hizo que pensara profundamente en mis padres. Iba a coger el ascensor ya, cuando de repente oí unos gritos cada vez más cercanos que procedían de la escalera, eran los gritos de un niño llorando. Así que renuncié al ascensor y me dispuse a ver que pasaba. Al final resultó ser un niño de unos siete años que, indignado porque su madre le había castigado sin PlayStation, había tomado la decisión de huir de casa. Por suerte lo frené, hasta que llegó su madre y me contó lo sucedido. El caso es que el hecho hizo que me acordara de que con esa edad, yo también hice algo parecido. Recuerdo, no se porque motivo, que me indigné con mis padres y me fui a dormir a casa de mis abuelos. Y fue en ese momento, encerrado solo dentro del ascensor y observándome a través del espejo, cuando me di cuenta de la gran injusticia con la que a veces, quizás inconscientemente, acostumbramos a tratar a nuestros padres. Aprovechamos ese amor incondicional que nos ofrecen solo para verter en él toda nuestra asquerosa mierda. Los ignoramos cuando no son de nuestra necesidad, y en cambio, siempre son los primeros a los que obligamos a solucionar nuestros problemas. Recibimos su ternura y su cariño con indiferencia, como si fuera a consecuencia de nuestros méritos o que sabe quien. Y en lugar de tratar de responder a dicho amor, solo nos preocupamos de nuestros asuntos extremadamente importantes. Y, por favor, que no molesten. Te crees que no siendo un mal hijo, ya deberían de estarte agradecido “¿Qué más quieren? Si mira ese como trata sus padres”. Suficiente tengo ya con el resto del mundo, como para estar pendiente de ellos. Y si, seguramente podría seguir un poco más. Un ejemplo tras otro de esa injusta manera que a veces tenemos los hijos de tratar a nuestros padres. Por suerte llega el día en que abres un poco los ojos, recapacitas, te das cuentas de que quizás hoy sea un buen día para empezar a hacer justicia, a dejar de tratarlos como a esas velas que con el único fin de iluminarme van desintegrándose cada día un poco mas.

Espera tu próximo fracaso

Espera tu próximo fracaso. Vuelve a ser mi cumpleaños y si hay algo que he aprendido a lo largo de estos veinticuatro años es que aquellas cosas que un día me parecieron una tragedia han resultado ser los mayores golpes de suerte de mi vida. Es por eso que hoy me apetece hablar de mis fracasos como motor de mi vida. Cuando dudo de si debo hacer o no hacer algo, pienso en mis fracasos y decido hacerlo. Porque si sale bien seré feliz, y si no sale bien, también, un poco más tarde, pero también, y además con otra lección en el equipaje. Porque de los fracasos se aprende, y mucho. Siempre que dudes entre si hacer algo o no hacerlo, yo te digo que lo hagas. A veces la vida se planta ante ti con una oportunidad que te exige un riesgo. Hay que tomar ese riesgo. Lo quieras o no, de todos los modos, llegará un día en que te morirás, así que tampoco hay mucho más que perder. Relativiza con la muerte, funciona. Con el tiempo te das cuenta de que los fracasos son solo baches momentáneos que te ayudan a progresar como persona. Cuando por culpa de una lesión tuve que dejar de jugar a futbol sentí una frustración inmensa. Vivía en una burbuja en forma de pelota que me impedía poder ver cualquier otra cosa que no tuviera que ver con el fútbol. Nadie me había enseñado a vivir sin el fútbol. Con el tiempo esa lesión me permitió conocer otros mundos todavía desconocidos. Al no tener que asumir las responsabilidades que suponían formar parte de un equipo de futbol pude empezar a viajar, ver mundo, pude empezar a salir de noche, vivir experiencias vitales, conocer chicas delirantes, experimentar con la locura, cruzar la delgada línea roja, sentirme libre. Pude vivir otra vida al margen de lo que era el futbol, nuevos momentos que jamás hubiera podido vivir si no hubiese sufrido esa lesión. Momentos significativos que jamás dejarán de formar parte de mi patrimonio personal. El segundo gran fracaso de mi vida fue cuando me echaron de la UPC y tuve la sensación de haber tirado a la basura dos años de mi vida. Por un par de puntos no pasé la fase selectiva, y las maletas en la puerta. Fue entonces cuando fui al Instituto Químico de Sarriá. Al principio me sentía como una mierda, como un auténtico fracasado. Recuerdo que durante unos días me repetía en voz alta: “No eres un fracasado”. Me lo repetía constantemente para sacar fuerzas de donde no las había. Fue muy duro. Así que como un auténtico ludópata me pasé aquellos tres primeros meses yendo cada tarde al casino. Nada mas terminar las clases cogía la ronda y en 10 minutos ya estaba sacándome la entrada. En aquel subterráneo de ruletas camuflaba mis angustias, desviaba mis pensamientos, y los días que ganaba algo de dinero se me iban todas esas paranoias y me sentía como Superman. El resto de los días, pueden imaginarlo. Sin duda estamos hablando de mucho dolor. Pero con el tiempo fui conociendo gente, me fui recomponiendo y las cosas empezaron a ser más agradables. El caso es que gracias a aquel fracaso conocí grandes personas que han acabando siendo grandes amigos. Amigos que de no haber fracasado nunca hubiera conocido. Amigos, con los que reírse y quererse, indispensables para mi felicidad. Sin duda, aquel fue el mejor fracaso de mi vida. Han habido muchos mas fracasos, momentos de derrota, chicas que se esfumaron. Pero cada fracaso me ha hecho mejor persona, mejor amigo, mejor hombre. Cada fracaso me ha llevado a una situación más favorable, a una situación mejor. Es el progreso de los fracasos. La experiencia no admite dudas, espera tu próximo fracaso, aprende de él, y luego saca lo mejor de ti. "Felicitats Xavier", me digo ahora en voz baja.

La máquina tragaperras

El viernes por la noche fui al cine con Joan a ver Antes de que el diablo sepa que has muerto. Al finalizar la película y después de un breve esfuerzo mental acordamos de no salir pues: “Tenemos que ser fuertes que esta semana ya hay exámenes”. El caso es que nos despedimos y cada uno se fue para su casa. Ya estaba sacando las llaves del portal cuando pensé que me iría bien tomar un par de whiskys para poder conciliar mejor el sueño. Pensando en los exámenes y en el hecho de no poder hacer muchas cosas me agobié un poco y sabía que necesitaba algo que me atontase un poco. Así dormiría mejor. Entonces fui al Neutral que es el bar que hay debajo de casa y me senté en la barra a tomarme un whisky. El Neutral es un bar estrecho con una barra bastante larga. Al entrar, a la derecha, hay una máquina tragaperras. La cosa es que mientras iba yo dándole al whisky a base de sorbitos, un hombre se puso a jugar con la dichosa máquina. No había mucho que hacer, así que me pasé todo el rato observándolos, a él y a la máquina. De tanto en cuando el hombre ganaba algunas monedas, pero estaba claro que globalmente perdía. Aquella máquina tragaperras era muy inteligente, sabía administrarle al pobre hombre la suficiente dosis de esperanza para que siguiese metiendo y metiendo monedas haciéndole creer que su victoria, su premio gordo, cada vez estaba más cerca. Bajo esa trampa basada en una falsa expectativa de éxito inminente el hombre siguió metiéndole monedas hasta quedarse sin un duro. Luego, se fue. Absorto, y con un déjàvu rondándome la mente, me quedé mirando aquella máquina fijamente. Esto me suena. No podía ser otra, llamé al camarero y le pregunté: ¿Está seguro que aquí dentro no hay una mujer escondida? Cada vez lo veía mas claro, había un claro paralelismo entre aquella máquina y el comportamiento ciertas mujeres. Con el segundo whisky las cosas todavía encajaban más: las luces llamando la atención, el deseo, el sonido de las monedas contra el metal alimentando la esperanza, la visión del triunfo, el dinero que se va yendo, la derrota. Me terminé el segundo whisky y me fui. Prefería no verlo. Ese momento en el que entraba un hombre que metía una sola moneda y hacía saltar la máquina.

El Maestro Zen

Desde que oí la historia del Maestro Zen uno se adapta mejor a los acontecimientos. La historia cuenta que había un niño que nació en una familia muy rica por lo que cuando su madre dio a luz todo el mundo empezó a decir “Que niño más afortunado”. Entonces el Maestro Zen dijo: “Ya se verá”. Pasó un tiempo, el niño creció y sus pudientes padres le llevaban a montar a caballo. Un día el niño se cayó del caballo y se rompió las dos piernas. Todo el mundo empezó a decir: “Que mala suerte. Que niño más desafortunado”. Entonces alguien preguntó al Maestro Zen y el respondió: “Ya se verá”. Al cabo de unos meses estalló una guerra. Todos los jóvenes tuvieron que ir a la batalla excepto el chico que como tenía las piernas rotas se salvó de ir a la guerra. Entonces todo el mundo empezó a decir: “Que suerte. Que niño más afortunado”. Alguien se acercó al Maestro Zen para preguntarle. Y el Maestro Zen dijo: “Ya se verá”.

La nostalgia

El juego de la vida no es un asunto de aprendizaje rápido. No es como el ping-pong, o los bolos, que en poco tiempo ya eres capaz de hacer unstrike. Hay que haber vivido bastante, y solo viviendo uno puede ir progresando como persona. Y esta historia tiene una lección, ya verán. El caso es que ella iba paseándose desnuda por el comedor con sus bragas negras todavía puestas y un Marbolo encendido entre los dedos. Los pechos, brincando, eran lo suficientemente grandes como para desear de cogerlos con la palma de la mano. Yo, sonrisa en cara, estaba tumbado en el sofá, siguiéndola con los ojos. La verdad es que no recuerdo por donde iba la conversación, pero supongo que la temática debía ser de una intransigencia abrumadora. Ustedes comprenderán que en estas condiciones uno habla por hablar. Estaba yo en mi mundo de imaginaciones perversas, cuando ella me rompió por la derecha. “Que reloj más chulo”, exclamó. “Me encanta”, añadió. El reloj, para que sepan, es en términos objetivos una mierda de Casio plateado que creo recordar que no me costó más de quince euros. Y pongo el precio solo para que entiendan la verdadera moral de esta historia. El caso es que ella insistió e insistió. Empezó a elogiar impertinentemente dicho reloj con el único afán de que al final acabara regalándoselo. Ella sabía que ese reloj no valía nada, y ese era un buen momento para conseguirlo. Tonta no era, eso ha quedado claro. El caso es que por un momento se me pasó por la cabeza de quitármelo y regalárselo. Si, como sucede en las películas, quedar como un autentico caballero, era mi oportunidad. Pero ese reloj tenía una historia, era el reloj que llevé cuando estuve con una chica. Nos lo compramos juntos, y encajaba con otro Casio que ella también llevaba. Así que empecé a dudar, tenía que decidirme rápidamente. ¿Qué hago? En un lado tenía la nostalgia de un viejo amor todavía flotando por mi cabeza. En el otro, una polla bien dura y una chica dispuesta a solucionarlo. Así que nada, me negué a entregarle el reloj. Deje pasar unos segundos, cambie de conversación. Por unos momentos me sentí bien. Me vinieron a la cabeza todas esas historias que cuentan de que los hombres solo piensan con la polla. Me sentí fuerte. En el fondo creí que ella lo entendería, que ese era mi reloj, y que en fin, a veces no pasa como en las películas. Pero no. Aquella elección iba a tener consecuencias, pueden estar seguros. Un inesperado y tremendo dolor psico-abdominal invadió a aquella bella mujer desnuda. “Creo que voy a vomitar”, añadió tratando de darle una mayor veracidad al farol. Crimen y castigo. Entonces me miré el reloj y no me fije en la hora, solo pensé: “Mierda, la he cagado”. Jodido reloj, ya sin tratar de desenmascarar a la joven princesa desnuda, traté de llevar la situación con el mayor rigor posible. Luego la acompañé a casa y le deseé que pronto se recuperara. Entonces aprendí, la lección de antes les hablaba, que hay un sentimiento que aunque no tenga una maldad aparente como pueden ser la envidia o el odio, es tan negativo como estos dos. Es un sentimiento que no aporta nada, un sentimiento completamente inútil, que solo va a traernos problemas. Si, esa tristeza originada por el recuerdo de una dicha ya perdida, la nostalgia.

La meva altra vida que més m’estimo

M’agrada arribar a Tàrrega els dissabtes al migdia just desprès de haver assaborit de la manera més delirant les sorpreses d’una nit d’imprevists a Barcelona. A Tàrrega la vida es pausada, suau, ideal per a presa de decisions que afectaran el devenir de la meva altra vida a Barcelona. Durant el trajecte escolto música, generalment cançons de Carlos Tarque i Lluis Gavaldà. A mesura que m’acosto es va expandint dins meu una emoció força reconfortable. Una emoció meitat pel que deixo enrere, meitat pel que m’espera. Al arribar, encara que faci fred, abaixo les finestres del cotxe i deixo que el perfum de la ciutat penetri fins als llocs mes inhòspits de la meva infantesa. Després, entro a casa i la meva vida esdevé una festa. La meva mare, amb una alegria desorbitada, m’abraça i em fa un petó. El pare somriu moderadament, i repeteix el procés. Si tinc sort, també hi ha la meva germana que depenent del seu estat anímic hem saluda mes o menys efusivament. Tots ens estimem molt, i es nota. I es important, que es noti. Vull dir que en el fons totes les famílies tenen un amor que les uneix, però el grau en que posen de manifest tot aquest amor acaba determinant la felicitat que compartiran. A vegades no es necessari un esforç, l’amor floreix i ens es molt fàcil repartir-nos benestar entre tots. Però hi ha moments en que personalment, la vida no ens somriu, i ens resulta molt mes difícil de ser agradables. Es en aquest moment quan resulta necessari un esforç. Hi ha molta felicitat en joc i aquestes alegries no són de desaprofitar. Desprès dinem. Generalment al acabar, la mare si esmera i m’ha comprat pastes seques que prenem amb el te. Tertúlia, plegats actualitzem la vida dels coneguts que compartim. “No hi ha gran cosa més que demanar-li a la vida”, penso. Encabat, faig una migdiada bastant llarga. He dormit poc i això fa que encara en gaudeixi mes. Al voltant de les set del vespre anem amb el pare a córrer. M’agrada anar a córrer pels voltants de Tàrrega, recorrem camins de pedretes que hem fan sentir mes a prop de la naturalesa. Se sent l’olor dels arbres que es mescla amb el de la boira, i el paisatge es meravellós. Hem dutxo i a sopar. El sopar es copiós: pa amb tomàquet, l’oli resen premsat, pernil salat, seitons, formatges, i algunes vegades, una truita de patates i ceba. Encabat, mirem una pel·lícula tots plegats, i a dormir. Els diumenges m’aixeco als voltants de les 10, vaig a comprar els diaris i alguns croissants o ensaïmades. Esmorzo tranquil·lament mentre hem llegeixo l’article de Joan de Sagarra a les pàgines fumades de La Vanguardia. M’agraden els articles del Joan per que d’ells se’n respira un aire de alegria i de bon vividor on m’agrada veurem identificat. A les onze vaig a missa a l’església dels escolapis. Les escoles pies va ser el meu primer col·legi, quan entro a l’església sempre hem ve el record de quan vaig aprendre a cordar-me els cordons de les sabates. Al acabar la cerimònia vaig cap al camp de futbol. Últimament tenim la sort de que tinc bastants amics de la meva trajectòria futbolística que juguen al Tàrrega. M’alegra molt veure’ls jugar. En alguns moments sento una petita tristesa de pensar que ja no puc jugar a futbol, hem faria molta il·lusió de poder jugar en aquest equip. Suposo que no es pot tenir tot, amb el temps he après que créixer es anar aprenent a renunciar. A l’hora de dinar vaig cap a casa l’avia. Ens trobem tota la família, els tiets, els cosins. No sempre hi son tots. Al principi l’aire que es respira es de respecte, però a mesura que l’alcohol va apareixen l’ambient s’anima i les bromes van saltant. L’avi sempre es troba a faltar, però hem sembla que ja ho he dit, però créixer es aprendre a renunciar.

La regla y la excepción

Hay historias, que como el tabaco o el alcohol, acaban siendo muy perjudiciales a largo plazo. Son esa clase de historias que a veces nos cuentan de ese amigo que después de mucha paciencia y de suficiente trabajo acabó seduciendo al amor de su vida. Esas historias son un peligro, porque uno acaba confundiendo la regla con la excepción. Si hoy esa chica no quiere nada contigo las posibilidades de que esta noche cambie de opinión son tan pequeñas que es mejor ya empieces a cambiar la dirección de tus miradas. La vida es bella y no vale la pena perder más tiempo con incertidumbres con tan baja probabilidad de éxito.

La emocions que se’n van

Els petons que un dia ens varem fer amb els llavis van acabar esdevenint una simple manera de saludar-nos. La emoció s’esvaeix tan ràpidament que un es pregunta si era veritat. Al final només ens queda l’esforç de creure’ns que la emoció segueix estant aquí, encara que no la podem percebre. El plaer es un capritx que es reinventa sempre que pot. Un va creant noves rutines en benefici de la emoció, però després arriba la costum i ja no és com abans. Tu ets el mateix, les parets son les mateixes, les estrelles son les mateixes, però aquell sentiment ara sembla una imitació barata. Es la crueltat del pas del temps que ens cura les ferides però ens desgasta les emocions.

La gracia de la vida

La gracia de la vida es que un pequeño momento de de felicidad puede llegar compensar un largo periodo de tristeza. Es en ese momento en que sientes que por fin la vida te sonríe, que miras atrás y piensas en ese dolor del pasado, y piensas que no fue para tanto. Bendita estafa de la memoria que usurpas del pasado lo que no debemos recordar.

Y era yo

Me había quedado dormido en el capó de un viejo Ford Mondeo aparcado en la Ronda de Sant Antoni cuando alguien trató de despertarme con tales malos modos que daban ganas de darse a la violencia a la velocidad de un portero de discoteca. El caso es que volviendo en consciencia me percaté de que el sujeto en cuestión era un agente de la ley que pidiéndome la documentación estaba. “Yo no soy nadie”, excusé riéndome solo. “¿Esto que es?”, preguntaba el hombre de la pistola enfundada señalando la arista inferior de mi documento nacional de identidad. Me delataba el blanco del polvo todavía incrustado en la parte inferior de los ocho números (más letra) que me identifican como ciudadano del país. El policía enfadado me devolvía el DNI con un irónico: “Toma, termínatelo”. Y yo, que en teoría de leyes no voy muy bien, empezaba a ponerme nervioso. Al vérmelo venir traté de recordar si todavía me quedaba algo de sustancia en los bolsillos. No podía sacarme de la cabeza el piso al que ese pakistaní nos había hecho subir. Seis pisos, y sin ascensor. Al entrar había un montón de colchones enrollados. “Dormimos en el pasillo”, comentó. Todas las habitaciones estaban cerradas con un candado. Suciedad, mal olor, y un poco de miedo, también. Pasamos al comedor donde montaban unas bolitas de goma rellenas de coca para vender en la calle. Nos contaron que lo suyo es de calidad y que siempre que necesitásemos algo pasásemos por allí. Gracias, y nos fuimos pitando. Dejé el teléfono móvil, las llaves de casa, un par de billetes y la tarjeta del bicing encima del mismo capó donde me había quedado dormido. Volví a meterme la mano en el bolsillo y me tranquilicé al comprobar que ya no había nada más allá adentro. “¿Eso es todo lo que lleva encima?”, “Supongo que si”, respondí mientras el policía de la pistola enfundada iba cacheando un hombre que parecía un espantapájaros, y era yo.

En un lavabo de hombres

La esperanza va y viene, no siempre se tiene. Y hoy, no toca. Es como cuando no hay nada que hacer, como un domingo por la noche. Es como cuando no hay nada relevante de lo que hablar, como en un lavabo de hombres. La vida te precipita hacia un banco en el que ver las chicas pasar, e irse. El tiempo de las incertidumbres, de prepararse conversaciones que luego no sirven de nada, se agotó. Nada, no hay nada que hacer, y es una suerte. Las estrellas siempre son más bonitas cuando no hay nada que hacer. Es como el atardecer o el olor de las flores novedosas, se necesita una cierta pausa para poderlas apreciar. Ahora toca la nada, una espera sin esperanza. Ahora tocan números, prisas, codos, libretas. El tiempo de las noches y el alcohol volverá con ese aspecto de verano que tanto apetece. Con todas esas chicas a las que poder tocar, y olvidar.

Otra noche

Me abro paso con un cubata que cojo con la mano. La pista está a reventar. Me adentro entre empujones. Me rozo con las chicas voluntariamente. He bebido y voy bastante cachondo. Me muevo por la zona donde estaba la misteriosa morena de los ojos claros y la sonrisa romántica. Antes nos hemos mirado. Parecía encantada de saber que formaba parte de mis deseos. Por un momento me paro a pensar en que voy a decirle cuando me la vuelva a encontrar: "¿Follamos?". No, quizás debería de buscar algo menos directo. Debo asumir que si quiero hacérmela voy a tener que joderme la voz. No la encuentro. Seguro que estará en el lavabo de chicas meando a distancia para no ensuciarse. Luego pienso que quizás tenga un poco de suerte y no necesite hablar, seguramente nos encontraremos, ella volverá a sonreír como diciendo: “Bésame”. Entonces yo la besaré apasionadamente, con la lengua tensa, como perforándole la garganta. Al estilo de la gente que lleva mucho tiempo sin besar, con ganas. ¿Dónde se habrá metido? Dos vueltas enteras por toda la discoteca y no hay rastro de ella. Lo que si que hay es una fase en la vida en la que no tienes ganas de conocer más gente, crees haber encontrado ya a todas las personas correctas. Tus amigos son la medida justa de lo que necesitas. Por Dios, solo tengo ganas de encontrar a una chica a la que olvidar. Hay una rubia bastante dispuesta cerca de la tabla del pinchadiscos. Le pregunto cosas que olvido al segundo siguiente de que me acabe de responder. Si quieres ligar de noche hay que ser un buen entrevistador. Luchar a base de preguntas con su desinterés persistente. Creo que me ha calado. Se enciende un cigarro como advirtiéndome de que si me acerco demasiado a su boca puede que vaya a quemarme. Me entran ganas de mear. En el lavabo de chicos los hombres se la estiran al mear por si alguien mira de reojo, no vaya a ser que luego piensen cosas que no son verdad. Mientras me lavo las manos, me observo en un espejo que me invita a coger un taxi de vuelta a casa. Me voy.

Calamaro en Tailandia

Me planté en casa de Joan con una botella de Ballantine’s cual pan bajo el brazo. Mientras alternábamos conversaciones con canciones íbamos llenando los depósitos de alegría. Joan es, además de un grandísimo amigo, un adicto a la vida, un placer, un orgullo, una de esas personas con las que nunca te aburres. Soy un egoísta y quiero a Joan porque sé que si no lo hubiese encontrado mi vida sería mucho peor de la que ahora es. Luego nos dirigimos al Razzmatazz, que como dijo el cronista de la prensa escrita, parecía Tailandia. Como en todos los conciertos nos pusimos al fondo de todo, justo donde acaba la multitud. Con tantas visitas a la barra (y al lavabo) no podemos permitirnos el lujo de molestar constantemente al personal. Siempre nos ponemos al final y tan felices. Lo importante es tener ese vaso lleno que tanto nos hace sonreír. Música y alcohol, y directos al paraíso. No somos concientes de cuanto le debemos a ese líquido. ¿Imaginas tu vida sin todas esas chicas que conociste gracias al alcohol? Tu vida sin todas esas chicas que tanto te gustaban y a las que eras incapaz de acercarte si no era con una buena dosis de etanol. Vaya si lo sabes. Luego estaba Calamaro cantando eso de que le había prometido a una chica que iba a hacer deporte, pero que en el fondo tan solo era una mentira para robarle un “Tal vez”. Claro que la chica no tragó, y luego acabó quemando el pasaporte en la fuente de la Plaza Real. Y es que con aquel calor Tailandés comprendí que tarde o temprano los bombones siempre se acaban derritiendo, y aquellas hermosas chicas a las que tanto quisimos, ya no están. Pues otro calor se las fundió. Del concierto regresamos a casa de Joan para reunirnos con los Reyes del Apolo. Allí me recompuse un poco. No recuerdo muy bien esa fase de la noche. Recuerdo que poco a poco fui recobrando consciencia, pero sobretodo energía, porque realmente es más la falta de energía lo que me incomoda. Así que la noche nos llevó a un Apolo que estaba lleno de adolescentes. Carne fresca para picar, que diría el carnicero de turno. Todavía no recuerdo si me abstuve.

Lo que sobra del Beso

Lo mejor de besar es lo que se siente al acercarse a la boca, junto con ese primer instante cuando los labios contactan. Luego la cosa ya no tiene demasiado. Más de lo mismo. Tratar de perforar el vacío con una lengua, la historia interminable. En un beso prolongado hay mucho de repetición. La longitud del beso, resulta determinante. Lo que realmente nos emociona son los orígenes. Esa mirada pidiendo permiso, esas bocas acercándose, la ternura de una leve sonrisa y el contacto final como culminación de la liturgia. Y es que el resto acaba cansando, acaba sobrando.

Nada que perder

Un buen momento para triunfar en la vida es justo cuando ya no hay nada que perder. Si crees haber tocado fondo, y te sientes abandonado, como un muerto viviente, puede que quizás este sea tu momento. A veces cuando nos sentimos derrotados, creemos que solo volveremos a ser felices recuperando aquello que hemos perdido, y nos olvidamos de todos los otros caminos que nos llevan a la felicidad. Es un error. Ya lo decía Platón, cuando comparó la felicidad con el número doce: “Hay muchas maneras de alcanzarlo: tres veces cuatro, cuatro veces tres, dos veces seis, seis veces dos, doce veces una…”. Quizás hoy sientas que la vida ya no valga la pena, que no, que no vale la pena vivir así. Y si, ya se que si hay algo irremplazable somos la personas, que el amor no entiende de vasos comunicantes. Una pérdida es una pérdida, te lo mires por donde te lo mires. Pero a veces la esperanza no se equivoca, y puede que mañana sea un buen momento para empezar a arriesgar.

La educación de las feas

Hacía cola para comprar una entrada en el cine. Justo delante, una pareja de adolescentes, no mas de dieciséis años. Ella, hermosa como una playa al atardecer. El, no se, quizás tenía algo. Como hombre siempre me ha resultado difícil calibrar la belleza masculina. La joven parejita discute sobre la elección de la película. El quiere ir a ver “El ilusionista”, pero ella “El perfume”. El chico argumenta que su madre le ha dicho que la del ilusionista estaba bien. Ella responde que quiere ir a ver “El perfume”, sin más. Un breve momento de silencio, como si los dos estuvieran preparando el argumento final. Pero nada, llegan a taquilla, y ella rápidamente dice: “Dos para el El perfume”. Y aquí no ha pasado nada, bueno en realidad lo que pasa es que ella sabe que lo tiene a sus pies. Porque siempre ha tenido todos los chicos a sus pies, y esta vez no va ser de menos. Porque el chico es una marioneta en manos de su belleza. Paga él. Al final ella le da un beso, y el chico tan contento. Antes de que se vayan, y para que me oyesen, pido con cierto volumen de voz: “Una entrada para el El Ilusionista”. Instantáneamente, me miran los dos. “Me la ha recomendado mi madre”, añado. Ella me mira mal, y se van. Es por eso que las chicas guapas, generalmente, no son ni tan generosas, ni tan simpáticas como las feas. Porque desde pequeñas han sido educadas bajo la ley de su antojo. Porque en el fondo, todos somos la consecuencia de lo que hemos vivido.

El frío en la memoria

Entre todas las sensaciones de frío que recuerdo hay una que sobrevuela al resto. Se dice que el frío no existe, que es ausencia de calor. Pero yo, en mi eterna contradicción con la humanidad, siempre he creído que es el calor aquello que no existe, que es la ausencia de frío aquello que sentimos en verano. He sufrido fríos de todos los tipos. El que sentí en Nueva York cuando fui por Navidad la última vez, ocho grados bajo cero. Recuerdo que el viento helado golpeaba mi cara como un martillo. También me acuerdo de la ola de frío que azotó nuestro país en diciembre del año dos mil uno, el termómetro electrónico de la calle mas comercial de Tàrrega marcaba menos quince. Pero, como en la vida, siempre hay uno que destaca por encima del resto. Porque todos tenemos un frío extremo archivado en nuestra memoria. Hablo de ese frío que recordamos cada vez que sentimos un nuevo frío intenso. En mi caso, ese frío que supera a todos los otros, es el que sentí al abrazar el cadáver de mi abuelo, veinte minutos después de morir.

Frío diciembre

Este Diciembre esta tan frío,

Que esta helado.

Lloro, recordando a mi abuelo,

Que se murió en noviembre.

Mi abuela también llora,

Y mi madre, y mi padre,

Y mi hermana, y seguramente,

Muchos otros también llorarán.

“Llorar es fácil”,

Decía mi abuelo.

La soledad de mi habitación, diciembre 2006

La confianza no da asco

El sentimiento que mejor puede unir un par de personas es el de la confianza. El amor es realmente imprescindible pero siempre ha estado sobrevalorado. La confianza y el amor deben de ir siempre unidos, porque si se separan, desaparecen, los dos. En la primera frase de Casino, Robert de Niro afirma: “Cuando se quiere a una mujer, hay que confiar en ella, no hay otra forma, debes entregarle la llave de todo lo que posees. Porque sino: ¿De que sirve tu amor?” Y es cierto, no hay nada como tener la certeza de que nunca te traicionará, de que nunca te abandonará. Estar seguro de que va a cumplir con su palabra, saber que jamás rebelará vuestro secreto. Poder afirmar que esta frase que nos acaba de decir no es ninguna mentira. En fin, tener la sensación de estar compartiendo siempre la misma información. Es la confianza lo que hace que las relaciones duren y duren, porque, y supongo que ha estas alturas de la vida ya lo debes saber, el amor solo dura tres años. Hoy, mientras hablaba con mi padre, me he dado cuenta de eso, las personas con las que más confianza tenemos, son las que más queremos. Porque lo mas importante en esta vida es poder confiar en alguien, confiar en que el día que mas lo necesitemos él estará allí, donde nosotros estemos. Porque si en algún momento de nuestra breve existencia, nos quedamos sin nadie en quien confiar, seguramente, preferiremos estar muertos.

Angustia

No hay mas dolor que el saber que el dolor no será pasajero. Cuando ya solo queda adaptarse a él. Porque la muerte no entiende de esperanza. Tampoco sabe echarse atrás. La vida se ha convertido en un juego absurdo sin estrategia ni moral. Entonces te precipitas hacia las palabras, y crees que escribiendo lo que sientes podrás dejar atrás tu insoportable angustia. Crees que escribiendo tomas distancia, crees estar creando un nuevo punto de vista que te ayudará a ver las cosas de otro modo, mejor. Pero no, la realidad sigue allí, en pie, aguantándote la mirada, como un león en posición de ataque. Dejas pasar el tiempo, creyendo que la leve memoria de los sentimientos te ayudará a olvidar. Pero esta vez no es como las demás, Dios ya ha pasado por el notario, la firma esta estampada. Tus plegarias: Blowin’ in the wind. Y tampoco es como cuando te levantas de la cama empapado de sudor, no, esto no ha sido ninguna pesadilla, es la realidad, ponte la mano en el pecho, tu corazón sigue latiendo. Te sientes encerrado entre cuatro paredes, y han tapiado la puerta, querrías no saberlo, pero lo sabes, no hay ninguna salida. Y lo peor de todo, la vida por delante.

Un Abrazo Inesperado

Mi amor platónico es un amor domesticado. Ese amor que jamás podré alcanzar, ese amor que me pasaré el resto de mis días deseando, es el amor de media tarde. Desearía algún día poder encontrar a alguien con quien poder aburrirme cómodamente. Una mujer que quiera acompañarme a leer los periódicos los domingos por la mañana. Una mujer que en las tardes de primavera me acompañe a ver Barcelona desde el mar. Una mujer con la que follar con la rutina de las putas, que respecte mis ganas del mismo modo que yo respetaría sus ganas. Una mujer con la que poder planear ir al cine los sábados por la noche sin tener que decidirlo a última hora y luego tener que ver la película desde la fila dos. Una mujer con la que cada otoño ir a visitar el gris del Paris de los enamorados. Una mujer con la que en verano ir a tomar el sol en la playa y no tener que preocuparse de otra cosa que nos sea una nube. Una mujer que cada quince días me acompañe al Camp Nou a celebrar los goles de Ronaldinho, Messi o Eto’o. Una mujer con la que poder ir a pasear por las tiendas del Paseo de Gracia mientras planeamos de cenar en algún buen restaurante. Una mujer con la que ir al teatro de vez en mes y luego discutir si la obra era mejor o peor que otra obra. Una mujer a la que recomendar canciones que me recuerden momentos compartidos. Una mujer con la que poder conversar sin tener que forzar demasiado las neuronas. Una mujer con la que quedar un rato para tomar algo, y luego despedirnos sin más y regresar a la normalidad de las obligaciones que debamos cumplir. Una mujer que me bese sin pedir permiso y que luego me de un suave abrazo inesperado. Una mujer a la que poder querer tanto como a uno mismo. En fin, una mujer con la que compartir la vida feliz. Pero si, ya lo sé: este no es mi destino. Estoy condenado a vivir el amor de la manera más salvaje posible. Saltando de la furia a la ternura, del rencor a la calma, del odio al perdón. Ya lo sé, mi amor siempre será en una montaña rusa, un vagón estropeado que no sabe frenar.

Pruébalo

Cuando estoy en una discoteca y las mujeres empiezan a rechazarme constantemente. Cuando ni una sola se digna a dirigirme la palabra. Cuando la afonía ya acecha mi garganta vacía. Cuando las devotas de Gucci empiezan a mirarme por encima del hombro. Cuando las que salen con amigos pulsan el botón de ayuda cuando te acercas a ellas. Cuando un grupito de pijas se ríen con mi estilo agresivo. Cuando la que antes te rechazó ahora se lo monta con otro. Cuando la vanidad de la belleza empieza a resultarme insoportable. Me siento solo en la barra, y empiezo a imaginármelas cagando. Y todas se vuelven feas, asquerosas, incomestibles. Y, claro, se te quitan las ganas. Y de rechazado a rechazador, y a ver si nos lavamos bien el culo.

El gran problema del Amor

El gran problema del amor radica en la exclusividad. En creer al otro, único, perfecto, irremplazable. Cuando te dices que la felicidad solo lleva su nombre. Sales a la calle y todas las mujeres te parecen insignificantes, inferiores, incapaces de generarte el más mínimo interés. Incluso llega el momento en que acabas enamorándote de sus propios defectos. Eres ya un ciego que no tiene bastón que le proteja del miedo, eres ya un ciego que no tiene perro que le ahuyente del peligro. Entonces te conviertes en alguien insoportable, tu escala de valores se te cae al suelo. Tus principios, en un pozo. Te olvidas de todas aquellas otras personas que antes tanto te ayudaron. El sentido de tu vida consiste en seducir aquella persona. Y todo vale. Te arrastras hasta límites insospechables, traicionas tus más sólidas promesas. Pero por suerte, aquel cansancio que antes tanto habíamos maldecido, aparece esta vez para salvarnos. Y hasta adiós muy buenas. Y que la suerte te acompañe, porque la necesitarás.

Y yo no sabía que responder

Como esa entrada de cine que guardamos en la cartera, y de la que ya no sabemos que película era, pues se han borrado todas las letras. Así de cruel es, nuestra memoria. Olvidamos del mismo modo que recordamos, sin querer. El caso es que la conocí en Nueva York debe de hacer unos ocho años, en uno de esos viajes de un mes que se hacen en verano bajo la coartada de aprender inglés. Madrileña. Por aquel entonces yo era un ignorante, casi tanto como ahora. Ella me hablaba del amor, y yo no sabía que responder. Íbamos juntos a todas partes. Nos comportábamos como dos novios, pero nunca hubo ningún beso, nada. Tensión no resuelta por culpa de mi inexperiencia. Al cabo de un tiempo, repasando los acontecimientos me di cuenta de lo cruel que había sido. La había rechazado mil veces, y yo no me había dado ni cuenta. Pobre ignorancia, la mía. En fin, recuerdo que dos días antes de regresar a España, en la fiesta de despedida, me dijeron: “Has visto a Clara, se esta liando con uno”. Y si, me la encontré allí en medio de la pista montándoselo con uno. Recuerdo que esa fue la primera vez que sentí el dolor a través del amor. El mundo se me cayó encima, y me arrepentí de todo el tiempo perdido. Pronto me recuperé, pero ese siempre será mi primer desamor. El caso es que había olvidado toda esa historia hasta este sábado. Cuando al entrar en una discoteca de Madrid la vi, allí sola, bailando encima de la tarima bajo la permanente luz de los focos. Comerciando con su erotismo. Llevaba un antifaz negro que le ocultaba la mirada, pero era ella. No tenía ninguna duda, sus piernas permanecían intactas, la misma sonrisa de siempre. Preferí no decirle nada. Me quedé allí observándola desde la multitud. Sintiéndome orgulloso de verla allí tan alegre, pensando que seguramente ella era feliz, bailando.

Pongamos que hablo de Madrid

Madrid es este borracho de la Plaza Mayor que canta canciones de veranos antiguos a media madrugada. El taxista que dice que esto con Franco no pasaba. Madrid es la gomina del niñato de la calle Serrano. Las putas de la Casa de Campo que empañan los vidrios de los coches. Madrid es el frío del invierno que hiela las sonrisas de las chicas bonitas que salen del Mercadillo de Fuencarral. Los maricones alegres de la Plaza de Chueca hablando de naderías con gestos exagerados. Madrid es el gris de la periferia que se comunica en sudamericano. Son los travestís del Gula-Gula que no cantan en Play-Back aunque que su voz lo permite. Madrid son los atascos que se forman en la Gran Vía a las tres de la madrugada. La cuarentona de pechos operados que se funde la tarjeta de crédito de su marido en las tiendas de Ortega y Gasset. Madrid es el bar de la esquina lleno de jubilados leyendo la prensa de ayer. Son los cantautores que cantan canciones tristes en las cantinas que hay detrás del teatro La Latina. Madrid es el Casino de Torrelodones con sus viejas ruletas que un día dominaron los Pelayo. Es el Rastro de los domingos por las mañana donde comprar antiguos libros descatalogados. Madrid es el funcionario, casado y con hijos, orgulloso de servir al estado. Madrid es Joaquín Sabina cantando que las niñas ya no quieren ser princesas. Madrid es el recuerdo de mi abuelo, que fue la primera persona que un día me trajo a esta asquerosa ciudad interminable, y me enseñó a convertirla en una ciudad insaciable e insustituible, como él.

Un poco de Yo

Ahora, que me encuentro con mis sentimientos y no se de que hablarles, me miro el corazón, y sigue estando vacío. Los abrigos decoran la ciudad y los poetas esperan una primavera que les asegure algún soneto de amor. Esta tarde después de un breve paseo por mi barrio de pijos me he colado en uno de esos parques que se cierran al oscurecer, Turo Parc. La soledad y la oscuridad, peligrosa combinación. Los árboles deshojados parecen esqueletos de cuerpos que un día fueron algo que desearon ser. Me siento en un banco. El banco está helado y pienso que el frió se ha apoderado del banco del mismo modo de que, esta tarde oscura, la nostalgia se ha apoderado de mi. Nací, hace 22 otoños, nueve meses justos después de que muriese Julio Cortazar. Lo digo porque realmente creo que soy la reencarnación de Julio Cortazar. Mi memoria solo recuerda con mínima veracidad los últimos cinco años de mi vida, poco menos de su cuarta parte. Cuando vas al colegio el vivir es una rutina, una fotocopiadora de días. Los momentos se repiten, y son pocos los detalles que diferencian a un día del otro. Solo los fines de semana aportan un poco de personalidad a tu vida. Hasta los dieciséis años, la vida de todos los chicos es igual: canicas, cromos, dibujos animados… Seguramente es la adolescencia, y no el parto, el punto de partida real de la vida. Pero en fin, eso es solo mi opinión. Y llega la adolescencia como una ola con ganas de romperse, sin saber que en la orilla no hay nada. Cual joven con ganas de soñar que lo sueños se hacen realidad amontoné fracasos de todo tipo como quien amontona la ropa sucia delante de la lavadora, sin escrúpulos. Crecí acumulando errores que me llevaban a derrotas, el aprendizaje. La frase hecha que dice “El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra”, es una frase para optimistas, o para superdotados. Creo que no me equivoqué más porque no tuve más tiempo. Aunque la verdad, no creo que merezca la pena profundizar mucho en ese periodo. Recordar la tristeza, es entristecer. Ahora, en cambio, soy un hombre moderadamente feliz. Los años corren como un formula uno por la recta de tribuna. Muy rápido. Seguramente la velocidad del momento en el que vives sea directamente proporcional a la felicidad alcanzada. Sin embargo, desde que soy feliz (¿Qué mal suena no?), tengo pesadillas, sueños en los que me muero, y entonces, todo lo pierdo, y me convierto en la pura nada. Pero puesto a escribir mis verdades encadenadas una tras otra, hay una cosa que quiero decir: La muerte de uno mismo produce menos miedo cuando sabes que hay alguien esperando. Hoy, vivo con el deseo descontrolado. No se conformarme con nada, siempre quiero un poco más. La vida es una escalera, de la que estemos en el peldaño que estemos, siempre desearemos estar en el inmediato de más arriba. No más, en el inmediato. El mendigo no sueña con ser millonario, solo sueña con tener una casa y poder comer. Una vez hemos conquistado a una chica, queremos acostarnos con ella. Una vez hemos pagado el sofá, queremos comprar un televisor plano. Una vez nos hemos acostado con ella, queremos conquistar su corazón. Y cuando de una vez por todas hayamos conquistado su corazón, desearemos conquistar a otra mujer. Conformarse es un verbo que nunca se invento para ser usado. La gente no muere de sobredosis de cocaína, la gente muere de sobredosis de deseo.

Las vistas del precipicio

Conversación con un amigo acerca de que es mas doloroso, si la incertidumbre o la derrota. “La derrota”, su primera respuesta inmediata. “Su nombre ya lo indica”, añade. Mi opinión es más bien contraria. Bajo mi punto de vista el ser humano digiere más fácilmente un dolor puntual que no un dolor prolongado. Siempre que la incertidumbre no sea breve, siempre será peor. Las vistas del precipicio pueden causarnos cierto placer en una primera instancia, pero a la larga creo que ya no. La esperanza con inteligencia, es como el arroz con leche, caduca bastante rápido. Cuando la incertidumbre se alarga, seguramente será la crónica de una muerte anunciada, un derrota. Demasiada incertidumbre raramente lleva a la victoria. El dolor de la derrota, en cambio, es puntual. Y con cierta dosis de valor e inteligencia pronto volveremos a la normalidad. Con la derrota tomamos control, otra vez el futuro en nuestras manos.

La distancia que nos salva

La distancia que nos salva. Esa distancia que crean los días o los quilómetros, y ayuda a sentirte mejor. Ante un problema, ten paciencia, coge distancia. Ya veras como desde el horizonte todo parece más fácil. Con la distancia, los sentimientos se calman, duermen mejor. Al principio todo tiene esa aura de voltaje, tensión, que nos bloquea las ideas y la razón. Nos mueven los instintos, somos como ratones de laberinto que sin pensar cambiamos de rumbo a cada nuevo callejón sin salida. No razonamos, vivimos ahogados por una realidad que nos dice que ya no hay nada que hacer. Pero con la distancia el paisaje se ensancha, descubres que de cerca solo podemos ver lo que tenemos ante nuestros ojos. Por suerte, hay más mundo. Coges distancia, regresas a la objetividad, respiras tranquilamente, se cierran las heridas, la lógica te indica una nueva dirección, y a volver a empezar.

Como Dos Enamorados

Septiembre. Discoteca de Sant Cugat. Creo que eran las seis de la madrugada. Los porteros me estaban echando de la discoteca de malos modos mientras ebriamente gastaba el último cartucho de la noche con una pija engreída sin culo. En esas que se me acerca Sergi, mi amigo, y me dice: “Nos vamos. Te llevo a Barcelona.” En el coche, Sergi me contó que la semana anterior había conocido a una chica de L’Hospitalet con la que quedaba para follar. Yo, en mi afán de comprobar dicha aventura, le pedí que me lo demostrara. Entonces la llamó. La chica de cuyo nombre no me acuerdo (por eso la llamaremos X) le dijo que si quería quedar, podían, pero advirtió a Sergi de que ella ya estaba con otra amiga, de cuyo nombre tampoco me acuerdo, la llamaremos Y. Entonces Sergi le dijo a su amiga que el también estaba con un amigo, o sea yo. La señorita X le dijo a Sergi que mejor, que se viniese con su amigo. Cambio de rumbo. Durante el trayecto Sergi me contó que ya conocía a la chica Y, me dijo que también era bastante guarra, y para apuntillar, contó un par de historietas estimulantes. Aparcamos, y subimos al piso. Las chicas eran normalitas, pero bueno. Para disimular un poco nos presentamos, nos sentamos en el comedor y nos pusimos a hablar. Demasiado, tanto Bla Bla Bla que entre la bajada del alcohol y todo, se me quitaron las ganas. Deberían de ser ya las ocho de la madrugada. Entonces para no quedar mal, fingí haberme quedado dormido. Pensé que de este modo Sergi y su amiga igualmente podrían irse a la cama, y la otra amiga, la Y, se iría a dormir, sola. Y así fue, más o menos. La parejita se fue a la cama, y la otra se quedó durmiendo (fingía, se notaba) en el sofá. Pero entonces me invadió un sentimiento de culpabilidad. Me sabía mal. En serio, los hombres somos así, a diferencia de las mujeres, lo pasamos muy mal cuando tenemos que rechazar a una mujer. Y no pude resistir, pensé que a mi no me costaba nada, y ella seguro que se sentiría mejor. Así que le dije que igual dormiríamos mejor en la cama. Entonces nos fuimos a la cama. Y nos empezamos a besar. Al cabo de unos minutos ella se levanto y dijo: “Espera, ahora vuelvo”. Y me quedé solo durante unos minutos. Me dije a mi mismo que esto tenia que resolverlo rápido, de un golpe, sin pensarlo, como cuando te lanzas a una piscina de agua helada. Así que me quité toda la ropa, y me metí desnudo en la cama cubriéndome con una manta. La chica regresó, vestida, y también se metió en la cama. Entonces me acerque a ella. La besé. Y en ese justo momento ella se dio cuenta de que yo estaba en pelotas. Sorprendida, saltó de la cama y se puso a chillar como una loca. Se fue corriendo hasta la habitación donde estaba mi amigo y su amiga, mientras yo trataba de vestirme lo más rápidamente posible. Estuve un rato esperando solo en la habitación, nadie regresó. Y me fui. La verdad es que Sergi me había tomado el pelo, la chica no era tan guarra como me había contado, es más, ni tan siquiera la conocía. Pero en fin, si no fuera por él ahora no tendría esta historia que contar, y seguro que muchas risas se hubieran perdido. Precisamente hoy cuento esto porque Sergi y la señorita X, esta mañana, como dos enamorados, se van a Paris. Pasadlo bien, y sobretodo, acordaros de visitar la ciudad.

Una Nueva Canción

Un día cualquiera te subes a un taxi, y al tercer semáforo en rojo, suena una nueva canción en la radio. Al principio la ignoras, pero al poco empiezas a sentir algo, notas como esa jodida melodía te levanta el ánimo. Luego te das cuenta de que la letra dice algo de ti. Le pides al taxista si le importaría subir el volumen, accede. Cuando termina de sonar anotas el nombre de la canción en tu móvil. Por la noche llegas a casa y te la bajas por Internet. La metes en el iPod. Al día siguiente la escuchas diez veces: dos al levantarte, una mientras te peinas, cuatro veces mientras vas a comprar algo que no necesitas, dos al levantarte de la siesta y dos mas antes de ir a dormir. Al segundo día, la escuchas diez veces más. Te pasas los próximos días escuchando la maldita canción a cada momento. La usas para alegrarte, para pensar, incluso sientes el deseo de hacérsela escuchar a otras personas. La desgastas sin piedad, la exprimes como esa última naranja en la nevera. Pero en el día menos pensado, notas como esa canción ya no es lo que era. Ahora ya no te alegra, ni te hace pensar, ni sientes el más mínimo entusiasmo al tararear su letra. Se acabó. Por suerte, te subes a otro taxi y oyes una nueva canción.

La increíble historia del hombre Sensible y la mujer Bonita

Sensible es alguien muy cercano a mí, lo conozco bien. Sensible le dijo a Bonita que la quería. Pero Bonita le respondió que no, que no podía corresponderle, que ella estaba enamorada de Bonito, otro hombre. Sensible se hundió. Me llamaba cada día, llorando, me decía que Bonita ya no respondía a sus llamadas, que ella ya no quería volver a saber más de él. Le dije que eso era lo mejor que le podía pasar, que se olvidara de ella, que la memoria de los sentimientos es leve, por eso el tiempo lo cura todo. Bonito y Bonita, empezaron a salir. Al principio se querían. El poder de la novedad deslumbraba sus corazones. Eran felices. Pero del mismo modo que un rico se acostumbra a los billetes de cien, Bonito se acostumbró al verde de los ojos de Bonita: dejó de admirarlos. Y al cabo de un tiempo, pasó lo que tenía pasar, y Bonito conoció a Más Bonita, otra mujer. Y Bonita se quedó sola, que pena. Entonces Bonita llamó a Sensible. Pero Sensible ya no quiso contestar, había conocido a otra, la mujer Sensible.

La interpretación del dolor

La interpretación del dolor ajeno es un asunto complicado. Meterse en la piel del otro, llega un momento en que resulta imposible. Uno trata de ser una buena persona, ser solidario con el dolor, pero cuando estamos ante un caso extremo, no hay piedad que valga. Es mejor tratar de ser comprensivos sin buscarle explicación, tener fe en que esa pena que te describen es insoportable. Así que cuando un amigo te diga que lo está pasando mal, no trates de juzgarlo, no trates de comprobar si ese dolor es tan asfixiante como te describe, solo ten fe. Ten fe en él porque al fin y al cabo es tu amigo.

Insomnio

Le peor del insomnio, son los sueños, que no tengo. Desde que el domingo la vida se me engulló una hora que no duermo bien. Soy débil, muy débil, un niñato mimado, cualquier alteración de mi comodidad me resulta un imposible. El caso es que eran las tres de la madrugada de este martes y cansado ya de probar posiciones y pensamientos renuncié por completo a entrar en el territorio de los sueños. Me levanté de la cama, me vestí y con el nuevo disco de Coti perforándome los tímpanos me fui a pasear. En busca de un poco de ambiente decidí acercarme por los alrededores de Up&Down. Las puertas de las discotecas son lugares interesantes donde siempre suceden cosas. La cosa es que bajando por calle Numancia a unos veinte metros de Up&Down me encontré a una chica llorando sola sentada en el borde de la acera. Si soy sincero, no sentí pena alguna. Más bien al contrario, supuse que al estar llorando cerca de una discoteca, lo más probable es que estuviéramos ante un dolor del amor, y claro, no pude evitar la alegría que supone eso de tratar de consolar a una mujer. Me puse a conversar con ella. Se llamaba Ana, tenía veinte años y estudiaba para dentista. Para romper un poco con el drama bromeé diciéndole que las dentistas no lloran, solo pueden reír. Me contó que su exnovio no había tenido ningún reparo en montárselo con otra delante suyo en medio de la pista. “Que poco respeto ha tenido por todo lo que compartimos. Ha conseguido que me arrepienta de haberle conocido. Es patético. Hoy mismo rompo nuestra foto en Venecia que todavía tengo encima de la mesita de noche”, me decía mientras rompía a llorar otra vez. Le di la razón, le dije que su novio era una mala persona, que eso nunca debe de hacerse. Empezamos a hablar de naderías, que es de lo que tienes que hablar con una mujer que acabas de conocer y quieres volver a ver. Dicen que no, pero si te ven un poco loco, huyen. De repente se acercó una parejita que se sentó bastante cerca de nosotros, a unos cinco metros. Al minuto ya se lo montaban. Solo buscaban intimidad, supuse. Le dije a Ana que no sintiera envidia. Que al final lo más seguro es que uno de esos dos también acabará llorando. Que aunque cueste hay que saber dejar los amores atrás, que el amor eterno se te acaba haciendo eterno. Hablamos, hablamos, hablamos, y claro, también le pedí el móvil. Así que al cabo de una hora le dije que me tenía que ir, que quería tratar de dormir un poco, que mañana tenía clase. Me preguntó donde vivía y como su casa venía de paso, me pidió si la podía acompañar, que ahora no tenía ganas de quedarse sola. Cuando llegamos a su portal le di dos besos, y cuando de mi boca ya salían unas palabras de despedida me pidió que le diese un abrazo. Así que nos abrazamos mientras ella iba dándome las gracias y añadiendo un “Llámame”. La escena fue un poco romántica, solo un poco. Y la noche se terminó, ya dentro de mi cama, debían de ser las cinco de la madrugada cuando, al fin, conseguí dormirme. Al día siguiente, la llamé. Me respondió una voz de hombre que me decía que no era Ana, que se llamaba Ramón. Colgué, rápidamente. Entonces recordé su cara, y pensé: “Zorra”. Pero todo no acaba aquí. A los tres minutos recibí un mensaje de ese mismo número que me decía: “Mi exnovia se llama Ana. Supongo que habrá sido ella. Se sabía mi número de memoria. Jodete”. Y es que cuando se es una mala persona, no hay nada que hacer. La verdad es que a veces, es mejor el insomnio, no soñar. La línea recta, la falta de riesgo, el freno bien pisado. Descansar un poco, dejarse llevar por la calma. Pero en fin, algún día aprenderé. Por cierto, casi se me olvida. Contesté el mensaje, le dije: “Me la follé. En su casa. Ya sabes, Bori i Fontesta. Número 17. En su cama. Delante de vuestra foto en Venecia. No estuvo mal.”.

Carla

Carla es la hermana pequeña de Andrea, una chica con la que estuve, debe de hacer unos tres veranos. Desde siempre me ha gustado, Carla, incluso cuando estuve con su hermana, lo primero en lo que pensé fue en que pensaría Carla de todo aquello. Con el paso del tiempo, dejé de ocultar mi deseo por Carla. Pero todo el mundo creyó que ese deseo era solo fruto de mis ganas de completar una colección de hermanas. “Solo lo haces porque te falta el tomo de Carla”, decían bromeando. Ese no era el verdadero problema, el verdadero problema era que Carla también lo creía. Por eso al principio ella siempre rechazó violentamente cualquier muestra de cariño que procediese de mí. Pero la vida es caprichosa, y a veces te hace un favor y tú ni te enteras. Y hoy, este texto será largo, les aviso. La cosa es que hace dos veranos, yo tenía novia, así que aproveché la típica excusa de “Tranquila que tengo novia, no voy ha hacerte nada, no quiero nada de ti”, para acercarme a ella. Confió en mí y empezamos a hablar. Le quité la coraza, el casco de acero, la espada, en fin, toda su posición de defensa. Solo me faltó quitarle las bragas. La verdad es que aquel verano tuve ganas de besarla, pero no lo hice. Yo tenía una novia que se llamaba Raquel, y aunque en aquel momento de la relación parecía que el calor lo estaba evaporándolo todo, me mantuve firme en la fidelidad, más que nada porque siempre procuro no hacer lo que no me gustaría que me hiciesen. Y aunque luego mira… lo contaré porque creo que es interesante: cuando terminó aquel verano Raquel me dejó. Y me dejó sin motivo. Y si hay algo que odio es que me dejen sin motivo, que no te den ninguna explicación, “ya no es lo que era” o “es que me siento vacía”, dicen. ¿Vacía? Mira que si te la meto hasta el fondo, me vas a venir a contar cuentos. Bueno el caso es que me dejó sin motivo, y entonces mi maquinaria cerebral empezó a formular hipótesis de lo más macabras. Y si, empecé a odiar a Raquel profundamente. O sea que chicas, si algún día queréis dejar a un chico sin motivo, mas os vale que os inventéis alguno, porque sino será peor, porque él se imaginará lo peor. Y entonces os convertiréis en “lo peor”, y además, con cobardía. Bueno, regresemos a Carla. Este verano, yo era un hombre libre. Y Carla, bueno, Carla siempre ha sido una mujer libre. Ella siempre dice que no cree en el amor. La realidad es que tener los padres separados ayuda a no creer en él. Yo siempre he sido muy comprensivo con ella, seguramente fascinado por su debilidad ante el amor, me he creído el gran salvador de su ateísmo amoroso. Batman, o Superman, quien sabe. Y si, llegó el mes de Julio empaquetado con un lazo donde ponía su nombre. Y me besó. Y Carla sabe besar, mucho, no lo digo por decir. Se nota, repito, no lo digo por decir, cuando una mujer sabe besar, se nota. El ritmo, la postura, la mirada, la lengua como enemiga, si ahora mismo me dijesen que me tengo que morir inmediatamente, y me obligasen a escoger entre todas la chicas que he besado a una para que me diese un último beso de despedida, llamaría a Carla, sin lugar a dudas. Bueno, la cosa siguió, hasta convertirse en algo parecido a un romance que no era un romance y era secreto. ¿Y habéis vivido alguna vez el amor en secreto? Se puede amar de muchas maneras, pero la intensidad con la que se vive el amor cuando es en secreto, es de otra magnitud. Carla no quería que nadie se enterase de que después de haber estado con su hermana mayor, ahora yo estuviese con ella. Bueno, decir “estar con ella” es seguramente excesivo, porque en realidad Carla no se ha sentido nunca atada a nadie, y menos a mí. La cosa es que ella se tomó este secretismo con mucho rigor, hasta el punto de que cuando estábamos en grupo ni tan siquiera me miraba. Lo que, la verdad sea dicha, me ponía de los nervios. La Cara B de dicha agonía, es que todo este espectáculo, todo ese teatro, mejoraba los momentos que compartíamos en secreto. Cuando huíamos hacia la inmensidad de la mar a saciar nuestros deseos, cuando alargábamos las noches después de que todo el mundo ya hubiese regresado a sus casas, cuando nos quedábamos casualmente unos segundos solos y, entonces, me besaba… Y claro, me enamoré de ella. Seguramente todavía ahora no sé lo que realmente significa enamorarse. Creo que tiene algo que ver con eso de creer que el otro es único, o algo por el estilo, no estoy seguro. Para entendernos, fue el sentimiento que viví durante los tres años que estuve loco por Marta, o aquellas tres o cuatro semanas del principio con Raquel. Me enamoré de Carla, pero no se lo dije. En realidad, no se lo dije porque no tenía la más mínima esperanza de que ella entendiese algo. Lo más probable en ese momento era que ella hubiese escapado corriendo. Así que lo dejé estar. Al cabo de unos días me dijo que se tenía que ir, que estaría dos semanas fuera. Y se fue, pero fueron mas de dos semanas, y en todo el verano ya no la volví a ver más. Y la distancia fue el olvido. Y entonces escribí una poesía, que es lo que hago cada vez que me abandona alguien a quien quiero. Y ya nunca más la he vuelto a besar. Y ahora espero que alguien me diga que me tengo que morir, para que así se me conceda un último deseo.

LA ÚLTIMA NOCHE ESTABAN TODOS…

El pobre que se hace el rico. El rico que envidia al más rico. El solitario en busca de una relación estable. El metrosexual que solo busca belleza. La jovencita de clase media que es como aquella niña china que se prostituía para poder comprar ropa Prada o Armani. El feo que cree que haciéndolas reír se las ligará. La niña mimada que se ofende cuando un feo la intenta besar. El musculitos con camiseta ceñida orgulloso de mostrar como pierde las horas en el gimnasio. La pija simpática que saluda a todo el mundo porque le gusta tenerlo todo controlado. Esa que luego llora sola encerrada en el lavabo porque ningún hombre hermoso ha intentado ligar con ella. No falta el propietario del local que hace todo lo posible para que la gente se entere de que él es el propietario. El barman que le ríe a todas, a ver si cae alguna. El mismo que luego a ti, por ser hombre, te hace esperar media hora para servirte un gintonic. El grupo de cuatro chicas que bailan formando una circunferencia. La guapa del grupo que sabe que es la más guapa, y simula que no se entera de que llevas toda la noche echándole miraditas. El que lleva toda la noche bailando solo a todo ritmo y sonríe para demostrar que se lo esta pasando bien (y tu sabes que no es así). La guapa del podium que mira de reojo para ver si alguien la observa. La pareja de heterosexuales que se pasa todo la noche en la barra comentando cosas sin importancia. El solitario heterosexual que se pasa toda la noche en la barra intentando conseguir el número de la camarera. La cara conocida que sale en la tele pero que dentro de cinco años nadie reconocerá…

La curiosidad que te mueve

De la misma manera que miramos el pañuelo para vernos los mocos que acabamos de expulsar. Del mismo modo que se atascan los carriles en sentido opuesto de una autopista cuando ha habido un accidente. De la misma manera que metemos la nariz dentro de la sabana para sentir el asqueroso olor de nuestros pedos. Del mismo modo que buscas el anagrama que indique de que marca es esa chaqueta. De la misma manera que nos levantamos del retrete para observar lo que acabamos de cagar. Del mismo modo que de noche hueles los calcetines que te acabas de sacar. De este mismo modo me fijé en ti, lo siento, fue solo curiosidad. Es una injusticia, ya lo se. Pero yo también lo sufrí, la vida es así. ¿Pero y tú? ¿Estás segura de que estás libre de pecado? Me sabe mal chica, de verdad. Hazme caso, pídele perdón a tu chico y deja ya de buscar más. Que no existen hombres con dos pollas, y aun menos, con dos corazones.

La última decepción

Estaba este viernes por la noche tomando unos gintonics con un amigo en el bar que hay debajo de mi casa. Al tercer gintonic el efecto laxante del alcohol se apoderó de mí. No quise subir a mi casa porque estaban mis padres y no quería que me viesen con dos copas de más. Así que me dirigí rápidamente hacia el lavabo del bar y evacué con cierta facilidad. La sorpresa fue no encontrar papel para lavarme el culo. Así que con el móvil llamé a mi amigo para informarle de mi situación, le pedí ayuda. Al cabo de cinco minutos apareció con un diario que había encontrado por allí, “No he encontrado nada mejor, lo siento”, apuntilló. Al principió le recriminé su ineficacia, pero cuando me fijé en el diario dejé de increparle. El diario en cuestión era El Periódico de Catalunya, si esa marioneta asquerosa que usan el PSOE y los verdes para mantener a la ignorancia entretenida. Siempre había soñado con poder usar dicho periódico para lavarme el culo, pensé que esa era mi gran oportunidad. Así que me puse a hojear la sección de política en busca de la cara de Montilla, se siente. Luego separé la hoja del resto del periódico y venga a frotar. La verdad es que al final no limpió bien, y tuve que acabar subiendo a casa para limpiármelo mejor, mira tú. Y es que creo que este periódico jamás dejara de decepcionarme: ya no sirve ni para lavarse el culo.

Aparentemente felices

El otro día estaba cenando con un amigo. De repente lo llamaron, y su conversación con el teléfono se alargó. Así que me puse a observar a la gente. Aquello era increíble, todo el mundo parecía feliz. Nadie parecía cargar con cruz alguna. Nadie aparentaba haber vivido un calvario. Del infierno solo habían oído hablar. Discutían sonriendo, como si los problemas fueran asuntos ajenos. Entonces pensé: “Que fácil es mentir”. Cuando te sientas triste, cuando creas que estás pasando por lo peor, no te sientas solo. Piensa que aunque casi nunca lo aparentamos, también hemos visitado el infierno. Que la infelicidad es la parte más importante de la felicidad. Que sin sufrir un poco nada sabe a gloria. Piensa que tampoco es para tanto, que quizás podría ser peor. Una vez leí, no se donde, una frase a la que acudo cuando me siento desdichado, decía: “Estaba triste porque no tenía zapatos, hasta que encontré alguien sin piernas”. Amigo, vamos a forzar un poco la alegría, hay motivos y lo sabes.

El síndrome del Ciclista

“Tengo la regla.”. “No me importa”, respondo. Voy tan caliente que no me importaría meterla en ese delta de sangre que es su coño. Las luces estroboscópicas del Club 13 me impiden calibrar la verdadera belleza facial de una mujer que se hace llamar Sofía. La verdad es que tampoco me importa demasiado, la mezcla de cocaína y vodka de esta noche me ha convertido al estoicismo puro y duro. Poco me importan las cosas en este estado, por lo que no me decepcionaría hacerme una fea. Besa bien, se nota que no es su primera vez. Tampoco pido mucho, hoy. Nos metemos en el lavabo de mujeres. Me repite que tiene la regla, pero voy tan borracho que no le hago caso. Le bajo los pantalones y le empiezo a frotar el coño. Me frena. Será puta, como si no le gustara. Entonces le bajo las bragas y le empiezo a lamer el coño con mi lengua. Noto el sabor a hierro oxidado de la sangre. Me gustaría que me estuviesen viendo todas las mujeres a las que he besado. Me gustaría ver en su rostro una expresión de decepción, ellas que pensaban que estaban besando a un amable chico de buena familia. La muy puta me frena otra vez, y me dice que estoy loco. Entonces me baja los pantalones y empieza a comérmela. Mientras me la come me froto los labios de la cara con las manos y observo manchas de sangre. Me corro en su boca, y salgo del lavabo sin despedirme, rápidamente. Me meto en el único lugar donde ella no pueda encontrarme, el lavabo de hombres. Me lavo la cara con agua. Me miro al espejo y observo mi cara mojada. Me acerco lentamente al espejo con la mirada fijada en mis propios ojos. Me miro con intensidad a un centímetro del espejo. No soy tan feo como pensaba. Son las 3 de la madrugada. Salir solo de noche, tiene esas cosas, uno se empieza a aburrir demasiado temprano. Me tomo dos vodkas con Sprite en la barra mientras me pregunto que coño hago saliendo solo a esas alturas de mi vida. Odio a la gente. Odio a todo el mundo. Pero en el fondo no soy una mala persona. Soy solo un bueno que le gusta fingir ser malo, y que si, que seguramente alguna vez me he metido demasiado en el papel. Salgo a la calle. Sufro el síndrome del ciclista, si me paro me caigo. Entro en Fellini. Los porteros me miran mal cuando les digo que voy solo. Me dan ganas de escupirles (en la cara, claro). Hoy en día, en Barcelona, si eres un analfabeto social todavía te queda la opción de encerrarte unos meses en un gimnasio y convertirte en portero de discoteca. Nada que hacer, las chicas ignoran mis miradas de depravado sexual. Cada uno va a su bola. Salgo, no hay taxis. El móvil, sin batería. Jodida ciudad. Así que me meto en el Hotel Montecarlo, y le doy cinco euros a la recepcionista para que me pida un taxi. Bona nit.

La honestidad del Pene

No hay nada más sincero que un pene, no engaña. Ya puedes recorrer mundo, buscar y buscar, te lo vuelvo a repetir: no encontrarás nada más sincero que un pene. Un pene no sabe esconderse, al contrario. Siempre atento a tus deseos más bajos, piensa que jamás encontrarás a nadie que este dispuesto a levantarse de inmediato cada vez que se lo pidas. El pene. Mientras que tú has escogido esconderte bajo la seguridad de tu piel, él siempre da la cara. Siempre de frente, y es que no sabe ocultarse, se muestra tal y como es, sin más. No tiene más horario que el de tus antojos. Nunca engaña, cuando está contento no duda en sacar pecho, mostrar su energía. En cambio cuando tiene frío o se siente triste, incapaz de ocultar su vergüenza no sabe más que encogerse. Y cuando ya no puede más, cuando su alegría empieza a gritar, cuando la guerra ya ha determinado, una bandera blanca te avisa de que la paz está firmada. La honestidad del pene, el resto, tu capacidad de fingir.

Dos Pensamientos

a)

Piensa que siempre que intentes seducir a una chica, te estarás enfrentando a un hombre. Aunque ella no tenga novio, no evitará compararte con algún hombre que haya formado parte de su vida. Lo sé, porque si te fijas, eso de comparar, todos lo hacemos. Es por eso que el primer amor es el más bonito, porque no esta constantemente enfrentándose a una comparación. Todo era hermoso, incluso tu, porque mientras lo vivías solo te limitabas a disfrutar del momento, no tenias donde comparar.

b)

Siempre acostumbramos a poner nuestra felicidad en manos ajenas. No sale a cuenta. Admiro esas personas que consiguen poner sus sentimientos al margen del resto de la gente. Acostumbramos a llamarlos egoístas, pero es un error. Me gustaría saber lo que se siente cuando te levantas por la mañana y sabes que eres capaz de dominar tu felicidad. Saber que todo dependerá de ti. Sería fantástico. Tenemos cines donde besar, teatros donde aplaudir, canciones donde soñar, restaurantes con vistas, conciertos para vibrar, libros por leer, ciudades que visitar, discotecas con amigos…en fin, que no vale la pena.

Deliciosa Marta

De entre todas las chicas que he conocido ella es la más sincera de todas. Hablando con ella uno no tiene que perder el tiempo buscando la dirección de la indirecta. De entre todas las chicas que he conocido ella es la que más se me parece. En cada una de sus respuestas uno no puede evitar de sentirse identificado. Esas ganas de querer ser feliz, esa rotundidad que no viene maquillada de falsa humildad, esa bondad desinteresada. Me alegra imaginármela entre rodajes de anuncios o escribiendo delante de la pantalla del ordenador. Cuando pienso en ella me pongo feliz. Ella es pletórica, triunfal, total, absoluta, conociéndola uno descubre que las tristezas y las alegrías no son tan relativas como creíamos, y que casi siempre están directamente relacionadas con la realidad.

Corto Plazo vs. Largo Plazo

Cuando una mujer a la que queríamos seducir se va con otro resulta inevitable emitir un juicio. Y, a corto plazo, en función del sujeto afortunado tendremos dos clases de reacciones. Si el hombre que nos ha robado a nuestra princesa tiene aparentemente mas virtudes que defectos, reaccionaremos con cierto rencor. Nos sentiremos débiles, derrotados, inferiores. En una palabra: desafortunados. Pero si se da que el caso de que el ladrón es alguien repleto de defectos, puede que incluso lleguemos a sentirnos afortunados. Verla huir en busca de alguien peor, a veces resulta satisfactorio. Pero a largo plazo podremos descubrir el error de nuestra reacción a corto plazo. En el caso primero, el del ladrón con virtudes, podremos observar que con el tiempo siente el deseo de compartir dichas virtudes con otras mujeres. Arriesgará en busca de alguna chica mejor. Arriesgará, porque sabe que esta en condiciones de arriesgar. Y la dejará. Entonces, a largo plazo, será cuando nosotros podremos recrearnos con la justicia de verla padecer lo mismo que ella nos hizo padecer. En el segundo caso, el del ladrón feo, sucederá lo contrario. El se tendrá que llenar de paciencia, pues no podrá arriesgar. Ella se sentirá orgullosa de haber encontrado al hombre que es capaz de aguantar su insoportable carácter, y la historia durará años y años. Y el arroz volará en salida de la iglesia. Hasta que la muerte los separe.

No ha valido la pena

Querías conocer mundo, y a través del mundo creías llegar a conocerte mejor. Le dejaste, te inventaste una excusa cualquiera, ruin mentira vulgar. Querías conocer otros cuerpos, otras miradas, otros miedos. Pero esta vez los astros no estaban de tu parte. Las estrellas no se alinearon para dibujar tu nombre. A pasado el tiempo, y todos aquellos hombres con los que soñaste están condenados a seguir formando parte de tus sueños. La realidad no es como creías, quizás peor. Ningún hombre ha sabido acariciarte con la ternura de sus dedos, ni has hallado más sinceridad que la de una mentira tras otra, bellas palabras vacías que solo buscaban el país de tus pechos. Ahora te sientes sucia, triste, con ganas de llorar. El viaje no ha valido la pena. Llamas a su puerta otra vez, sabiendo que la bondad de su amor desinteresado jamás podrá rechazarte. Y el te acoge con los brazos abiertos, y mientras os abrazáis empiezas a llorar, y le pides perdón, otra vez.

La delgada línea blanca

La casa al final de la Avenida Pearson es monumental, con piscina. En el jardín se encuentran instalados esos radiadores con forma de seta que usan las terrazas de los restaurantes en invierno. La comida, japonesa, hay que tomarla con palitos. Para la música han contratado a un Dj que ha empezado la noche con música chill out. Sorprende la cantidad de chicas hermosas que andan por aquí. Aparentan tener ese carácter frívolo que produce el exceso de dinero. Se saludan con gestos exagerados como si los hubieran practicado en el espejo de su habitación. Devotas de Versace, Louis Vuitton o Gucci compiten entre ellas como si estuvieran disputándose los CFDA Fashion Awards. El desfile de escotes ameniza la fiesta. Lo bueno de ciertas chicas es que están dispuestas a pasar frío a cambio de parecer un poco mas atractivas. Conversaciones redundantes tratando de demostrar riqueza. Las fiestas son una de esas cosas que la sociedad en la que vivimos sobrevalora. Como perder la virginidad, los metros cuadrados en el centro de la ciudad o los coches. Las fiestas es lo mismo que tener todas las mañanas libres, al principio hace mucha ilusión pero al final acaba cansando. Entablo conversación con una chica. Creo haberme enamorado a primera vista, pero como tampoco se si yo le habré gustado, evito dejarme llevar por la alegría. Es lo malo de las chicas simpáticas, nunca sabes si están intentando seducirte. Parece una chica inteligente, aunque ya se que a priori es fácil destacar la inteligencia cuando esta viene rodeada de belleza. La belleza mejora las otras virtudes. La fiesta no para. Bailamos, reímos, bebemos. Nuestra máxima preocupación es el resultado del próximo partido de nuestro equipo favorito. Cuando ya empieza a salir el rojo sol del amanecer la fiesta termina con un campeonato de rayas de cocaína. En la cocina. Se trata de tres eliminatorias, uno contra uno, hasta llegar a la final. Cada eliminatoria la pasa el que consigue esnifar la raya mas larga. Se coloca la cocaína encima del mármol en líneas estrechas, muy estrechas, como mas estrechas mejor. Así las rayas son mas largas y el juego gana en espectacularidad. Usamos billetes de cinco euros enrollados para canalizar la coca hasta la nariz. Para superar la primera fase el tamaño de los pulmones resulta determinante. Por eso me eliminan a la primera ronda. Mis diminutos pulmones no dan para mucho. No tengo más remedio que convertirme en espectador. La competición avanza, unos ganan y otros pierden. Todo sucede muy deprisa, ya que una pausa demasiado prolongada podría romper el ritmo del campeonato. A pesar de la gran cantidad de vasos sanguíneos que hay en la nariz, los efectos de la cocaína no empiezan a manifestarse hasta dentro de unos cinco o diez minutos de ingerirla, llegando a su máximo efecto al cabo de media hora, y entonces ya es demasiado arriesgado arriesgar. Marc va superando todas las eliminatorias hasta plantarse en la final. Su nariz empieza a sangrar. Pero no quiere abandonar, así que se frota la sangre con una disolución de agua y sal, y se enfrenta a la última raya de la noche. El valor de los drogados radica en su inconsciencia. Esnifar coca es una de esas cosas que deben hacerse de golpe, sin pensarlas demasiado. Como arrancarse los pelos de las piernas, suicidarse o meterse en una ducha de agua helada. Al final, por dos centímetros, se proclama campeón.

Tu esfuerzo

Llevaba toda la vida dándome lecciones. Solo veinte años, y ya adicta a los libros de autoayuda. Los devoraba todos, uno tras otro. Su Biblia no era más que la colección de manuales de Rojas Marcos. Se vanagloriaba de su felicidad a base de métodos. Se sorprendía de cómo la mayoría de los infelices no probásemos con su literatura de eruditos con doctorado en psicología. “Apodérate de tu mente, controla tus sentimientos. Es fácil”, me decía. Vivía ignorando su debilidad, creía poseer el control de todos sus pensamientos. No sabía que cuando la vida ha sido demasiado benevolente aún no puedes saber bien quien eres. Y así fue, a la primera piedra, cayó. En una de esas calurosas tardes del mes de marzo su socio para los sentimientos cogió y se fue con su música a otra parte. Con otra, opino yo. Bye Bye, my darling. Cuatro años de relación, parece que fuera ayer. El corazón roto, y demasiados momentos que recordar. Ahora me cuenta que no puede más, que su vida ya no tiene sentido. Que ahora todos los consejos son vacíos, que no hay nada que hacer. Y a mi no me queda otra que decirle que se olvide. No hay más método que tu sacrificio. Salir de la agonía es tarea dura, no basta la suerte. Hay que luchar con fuerza. Porque al fin y al cabo, solo sirve tu esfuerzo, tus ganas de salir del pozo. Y no es fácil, pero no hay otra.

Amsterdam I

Como el avión salía a las siete de la mañana planeé una noche en vela con Claudia por Barcelona. Claudia es guapa y alegre, y no añado más adjetivos para no que no decrezca el valor de los ya dichos. Lo más probable es que te salude con un eufórico “!Yuhu, soy Claudia!” acompañado de una sonrisa tan ancha que acabarás preguntadote de que se ríe esta. A primera vista te parecerá que vive en su mundo de topos de colores pero si hablas un poco más descubrirás que andas un poco errante. Sus ojos son claros como el agua de las playas exóticas y su piel es suave como la tela de una sabana. Alguna vez he tratado de seducirla, pero nunca con la seriedad que merece. Así que primero fuimos a ver el Barça. Comimos un poco y luego recorrimos la noche por algunas calles del Raval. Tomamos un par de absentas en el London Bar donde nos hicieron cambiar de mesa para que Oleguer pudiera sentarse en la nuestra que según la excusa era demasiado grande para solo dos personas. Me fijé en su novia, muy guapa, iba de hippie pero daba la sensación de que estaba con él por el dinero. “Es hippie, pero no tonta.”, bromeé. Después pasamos por casa a recoger las maletas, y directo al aeropuerto. Eran ya las cinco de la madrugada. Allí nos reunimos con el resto de los tripulantes: Jaume, Ignasi, Armand, Ramón y Joan. Si hay una palabra que los defina, es la bondad. En realidad es lo único que le pido a una persona (si es que estoy en condiciones de pedir algo). En el amor o en la amistad, busca bondad, un poco de lo otro, pero sobretodo busca bondad. Llegamos a Ámsterdam a las diez de la mañana. A través de la ventanilla del avión el día aparentaba soleado, sereno. Pero solo fue un error de la esperanza. Un viento helado sobrevolaba la ciudad. Y odio el viento, mucho. Es por eso que hoy no voy a escribir nada sobre la ciudad, necesito un día más para emitir juicio, hay tiempo. Justo cuando llegué al hotel pensé en mis padres. Antes siempre viajaba con ellos, en cambio mis últimos viajes los he hecho sin ellos. He recordado que cuando era pequeño y viajaba con ellos, tenía ganas de hacerme mayor y poder viajar solo, sentirme libre. Ahora me he dado cuenta de que tampoco es para tanto, si, he cambiado un poco de libertad por alguna estrella de menos, y la verdad, no se si compensa. También he pensado que casi nunca hablo de ellos. Supongo que es porque me da un poco de vértigo. Cuando quiero mucho a alguien, me cuesta horrores escribir sobre él. Mañana más.

Adiós Octubre

Seguramente sea un grave error, el querer dotar de una constante transcendencia, a la vida. Va llegando el frío, y solo los radiadores me calientan. Las personas se mantienen al margen. El año va agotando sus últimos meses y uno tiene la sensación de que lo acabaremos igual que lo empezamos, depresivos. Hemos visto la luz, hemos salido del túnel, pero volvemos, lo sé, lo noto. No es que tenga motivos de peso, pero es esa sensación de no saber hacia donde estás yendo. Siento como si estuviera acelerando en una autopista que no se a donde me lleva. Quiero llegar, pero no se donde. Es esa absurdidad de no tener destino, de no sentirse a gusto con uno mismo, de que la soledad te arda y observes tu piso vacío como quien observa una agonía. Porque aunque sea malo estar triste, es peor el no saber si lo estás. Si, vale, llenas tus días de cosas, actividades, practicas un poco de deporte, quedas con alguna chica, pero no. No hay nada, solo hacer por hacer. Te das cuenta que en todo eso no hay alma, no hay fondo, no hay sentido, y claro, sin sentido no vamos a ningún lugar. Luego acudes a los amigos que te salvan, te hacen pasar un buen rato, aprovechas para sonreír un poco, te olvidas por unas horas de toda esa mierda que inunda tu cabeza. Pero regresa la soledad con más fuerza que nunca exigiéndote otro cara a cara contigo mismo. Estás perdido, y no sabes ni como mirarte. Culpas al mundo, a lo cobarde. Pero te das cuenta de que tampoco es esa, la solución. Y pasarán las horas, se agotará el día, y nos sumergiremos hacia otra noche esperando encontrar aquello que no necesitamos. Que le vamos a hacer. Por lo menos hoy nadie me lo negará, lo del disfraz.

La gravedad de las pupilas

Hay un movimiento que me fascina. Es el de las pupilas de los hombres cuando van hacia abajo. De la cara al culo. No falla. Me divierte ese movimiento. Quizás por previsible o por cómplice, quien sabe. Todavía no he encontrado unas pupilas que no se caigan. El hombre capaz de renunciar a la observación de un culo está por nacer. La gravedad de las pupilas, el resto, camuflaje.

El motivo, lo de menos

Hay un momento en la relación en que ella ya decidió que la cosa terminó, que tú no eres el definitivo, pero no te lo dice. Calla, y planea. Poco a poco va diseñando una actitud para dar lugar a un motivo. Luego te reprocharán falta de atención, te soltará un “últimamente la cosa ya no iba bien”, o apelará a un aspecto altamente subjetivo, lo suficiente para que los sentidos no alcancen. Es la inteligencia femenina, mucho más cínica, mucho más pragmática, sigilosas como los secretos que no se cuentan. Luego tú no lo entenderás. Te preguntarás que hiciste mal, que dejaste de hacer, pero estas preguntas no tendrán respuesta. Y esas preguntas serán el triunfo de su estrategia. Pero tienes alma, y duele, por eso tú volverás a preguntártelo, y entonces ella te dirá que no hay que pensar tanto, que las cosas son más simples de lo que crees. Entonces a ti no te quedará otra que resignarte, creer que ha sido eso, que el motivo es ese, que aunque se te haga difícil creértelo, será ese el motivo, el que ella planeó. Es cruel, pero es así. Así que si la inteligencia te respeta, si no estás cuerdo, si tus padres te han educado, si has viajado, si has visto mundo, si lees los periódicos, no temas, confía en tus ojos. El motivo es lo de menos. Porque, simplemente, es mentira.

Lo que nunca llegaremos a conocer

Entro en el piso. El pasillo está a rebosar de bolsas de plástico llenas de basura. Huele mal. La cocina está llena de cajas de pizzas vacías y platos sucios con restos de comida por encima. Da asco meterse allá dentro. Vuelvo a preguntar su nombre en voz alta, pero el silencio sigue siendo la respuesta. Al entrar al comedor, el choque es emocional. Cajas de zapatos llenas de bolsitas de cocaína. Una balanza electrónica enchufada a la corriente que da la hora con intermitencias. Una espátula metálica, sucia. Todo esto recuerdo haberlo visto en algún largometraje americano. Películas porno alquiladas encima del televisor. Hay botellas de agua vacías por todo el piso. Me mojo el dedo con la lengua y luego lo unto encima de un montoncito de polvo blanco. Vuelvo a meterme el dedo en la boca, y el sabor amargo del polvo confirma la evidencia, es coca. Voy al lavabo, tampoco está allí. Suena el teléfono, no lo cojo. Voy a su habitación esperando encontrar algo interesante. Y si, allí está, tumbado con los ojos cerrados y un poco de sangre resecada en la nariz, como si le hubieran pegado un puñetazo y se hubiera quedado inconciente encima de la cama. Lo llamo. Ni se entera. Por lo menos, respira. Creemos saberlo todo. Creemos conocer perfectamente a nuestros amigos o a nuestras novias. Pero no. Por suerte o desgracia, siempre habrá cosas que nunca llegaremos a conocer. En el día menos soleado, la persona que menos imaginas, hará la cosa menos esperada. Y luego te sentirás estúpido, estafado o incluso decepcionado. Pero tu padre ya te lo dijo: “No te fíes ni de tu sombra”. Me acerco, le doy una bofetada suave para que despierte. Le doy otra. Abre los ojos, pero como un recién anestesiado, los vuelve a cerrar. Le miro unos minutos con pena. Prefiero dejarlo allí, la realidad debe ser mucho peor que cualquier sueño blanco en el pueda estar metido. La habitación esta llena de ropa sucia por el suelo. Espero sentado en el sofá del comedor a que se despierte. Me veo reflejado en la pantalla apagada del televisor. Doy pena. Tememos a la culpabilidad, porque no sabemos que está dentro de nosotros. La culpabilidad es un sentimiento que llevamos adentro. Los psicópatas asesinos no se sienten culpables. Ahora, en estos momentos es cuando piensas en el pasado y en que no debería haber hecho. ¿Hasta que punto soy culpable? Voy recordando hacia atrás y llega un punto en que mi culpabilidad es máxima. Todo va de mal en peor. Es mucho peor la sensación de estar bajando que la de estar abajo. Cuando estas abajo sabes que ya solo puedes subir. Estoy muy triste. Hay días en los que siento comprensión hacia los que se suicidan.

Se trata de

Se trata de caerse, hundirse, pasar un poco de vergüenza. Y se trata de volver a empezar. Luchar, ilusionarse, hacer planes, llevarlos a cabo, aprender. Y volver fracasar. Para llorar, sufrir, equivocarse, y descubrir. Y luego otra vez a coger fuerzas para volverlo a intentar. Y emprender, divertirse, conocer mundos, triunfar. Para luego volverse a estrellar, a naufragar, a pasarlo mal, a disfrazarse, a hacer el payaso, a recapacitar. Y otra vez a recuperarse. Para reintentarlo, para buscarse nuevos problemas, para resolverlos, para alegrarse, para soñar. Se trata de eso, pruébalo. Se trata de estar, de no cerrarse, de moverse, de sentir, de vivir esta vida en la que cada día es un nuevo motivo para sentirse orgulloso, un nuevo motivo para ser feliz.

La primera duda

La primera duda. La primera pereza, ese detalle que empieza a magnificarse, ese pensárselo y volver a repensarlo. Esa primera vez en que la miras y te lo preguntas, y ella te pregunta en que estas pensando, y tu le respondes “en nada”. Ese primer miedo al compromiso. La primera duda. El alumbramiento se acaba, y la inteligencia empieza a evaluar. Se estrenan las balanzas, pesamos, comparamos. Sabemos que tenemos colores, pero ahora toca preguntarse si los sabremos combinar. Sorpresa, otro defecto. Pero egoísta, no me gusto. Así que habrá que hacer algo. Así que con lo que cuesta empezar a ilusionarse con alguien, decides comerte esa duda antes de que ella te coma a ti. Huida hacia delante. Te convences de que es lo mejor. Si, no hay duda. Y luego pasa el tiempo, y en una bonita mañana, sentados en una terraza, empiezas a acordarte de aquella primera duda, de aquel día en que te preguntaste si era ella, y entonces ella te pregunta en que piensas, y tú la coges, y sonriendo un poco más de la cuenta, le contestas: “No. En nada”.

Las rosas del Pakistán

A esa hora en que los deseos empiezan a renunciar, eran las seis de la madrugada, cerraban Sutton y yo me encontraba solo en la salida esperando que saliesen un par de amigos. De repente me sorprende una discusión, una chica empieza a insultar a un chico a la vez que le empieza a lanzar persistentes puñetazos femeninos. “Hijo de puta, te he visto. Si no me quieres déjame en paz”, “Que no, solo hablábamos”. El tono de los gritos va en aumento, hasta alcanzar ese tono de desesperación que solo nos permite el alcohol. La chica se pone histérica, pues cree que su novio ha estado intentando ligar con otra. Termina la tormenta, y la chica se sienta a llorar sola en la puerta de una banca que hay delante, unos veinte metros mas abajo. La observo desde la distancia. El chico se sienta a un metro mío, en el portal de una casa. Le pregunto por lo sucedido, y me cuenta lo que ya se suponía. Le digo que le envidio, ya me gustaría ver enloquecer a una chica por mí como lo ha hecho esa chica por él. Me manda a la mierda, es un poco tonto. Me alejo, tal como están las cosas no se trata de provocar al personal. Mis amigos siguen sin salir. A esas que veo uno de esos paquistaníes que venden rosas recién caducadas a bajo precio. Por un billete de diez, me da diez. Por lo menos son rojas, pienso. Me acerco a la chica y se las doy, “Son de parte de tu chico que me manda porque tiene miedo y no sabe que decirte”. La chica las coge, me da las gracias, y mirándoselas inicia una tímida sonrisa que termina en llanto. Me giro, y como veo a su novio observándome desde lejos, me voy. Me dirijo al chico y le digo que le he dicho a su novia que las rosas eran de parte suya. Me da las gracias. “¿Por qué lo has hecho?”, pregunta. “Por ella, chico, lo he hecho por ella. También he sido ella alguna vez”.

El pelo y la polla

Hay dos maneras de formar parte del fin de una relación: como dejador o como dejado. El pelo y la polla. Cuando queremos deshacernos de una mujer experimentamos la misma sensación que se tiene cuando te entra un pelo en la boca y consigues quitártelo pero durante un breve espacio de tiempo sigues teniendo la percepción de que el pelo sigue permaneciendo en la boca. Con las chicas pasa lo mismo, debe pasar un tiempo hasta que nos libramos del peso de los sentimientos, hasta que nos deshacemos por completo de la molestia. En cambio, ser dejado me recuerda a aquel momento en que acabas de eyacular pero sigues con los vaivenes negándote ha aceptar que el goce ha terminado. La no aceptación del fin de la alegría, graso error. Hay momentos en que la polla ya no da para más. Y hay que aceptarlo.

No me hables de sentimientos

Tenía dieciocho años pero su mirada me decía que no me confiara. Los ojos venían de una claridad que imposibilitaba cualquier intento de fijación visual. Llevaba el alfiler de la belleza apuntando al corazón. Yo, todavía convaleciente de un amor roto, tratando de reconstruir el sentido de mi existencia. “No me hables de sentimientos que voy borracha”, sentenció. Ignorando el verbo renunciar, me contó que ella también venía de un corazón roto. Así que con la complicidad que aportan las penas, juntamos frases y labios. Cogimos un taxi, y fuimos a “Algún sitio desde donde se pueda ver la ciudad desde arriba”. El cielo en la tierra. El taxista nos dejó en un caminito de piedras con Barcelona a nuestros pies. Nos sentamos mirando al mar, abrazados como se abrazan las parejas en las películas románticas. El traje de luces que es una ciudad dormida, iba dando paso a un sol presente no deslumbrante. Solo hablamos de sentimientos. Me dijo que esa noche necesitaba haber encontrado a un chico como yo, pero que nuestra relación no tenía más futuro que el pan de ayer. Yo no supe más que decirle que seguramente tenía razón, aceptar. Nos despedimos, y este texto es otra resaca que se atasca. Y los días siguen, y la verdadera cuestión no es qué sueños tener o no tener. Es, en el caso de haberlos tenido ya, cómo olvidarlos al despertar.

Los Buenos Sentimientos

La lentitud de los malos tiempos nos destruye. Tú puedes callar, pero el silencio va mucho más allá de los decibelios. Haber salido de otras, a veces es lo único que a uno le queda. Tu última sorpresa, no cogerme el teléfono. No se que motivo te habrá llevado hacia ese extremo. De acuerdo, podemos jugar a olvidarnos, a no hablarnos, a no mirarnos, pero el precipicio sigue estando allí, y el riesgo de caerse sigue siendo el mismo. Ya sé que desde que Messi imitó a Maradona han pasado muchas cosas, que las rosas cada día están mas secas, pero ya estoy harto de finales siniestros. Con los otoños uno aprende que el odio no lleva a ningún sitio. A veces podemos no tener claro que es lo que queremos, pero diametralmente no nos invade la más mínima duda a la hora de decidir que es lo que no queremos. Los buenos sentimientos son mejores. La libertad sigue siendo tuya, escoge lo que quieras, sigue sin hablarme si es lo que ya has decidido. Pero es mejor que sepas que mi felicidad te sigue echando de menos.

Veintitrés otoños

Cuando se es pequeño uno sueña con ser futbolista, cantante, o incluso, astronauta. Pero a la primera inyección de sentido común uno acostumbra a abandonar esa clase de sueños. Luego uno sueña con una vida moderadamente tranquila, que el dinero llegue sin angustias, una mujer relativamente atractiva, una salud que le respete. Lo que quiero decir es que a medida que avanzan los años uno va cambiando su modo de ver la cosas del mismo modo que va cambiando la manera de verse a si mismo. Y es que el chico que ahora escribe, no tiene nada que ver con el chico que llegó a Barcelona hace ahora ya cinco años. A lo largo de todo este tiempo las he visto de todos los colores. He pasado de la depresión a la euforia, y de la euforia a la depresión, miles de veces. Y tanta gente, y tantas lecciones. He conocido chicas con novio que solo ofrecían picos. Princesas todavía convalecientes de un amor roto que me ofrecían lo que nunca quise robarles. También me crucé con esas chicas que en apología a su libertad se negaban al romanticismo de los corazones. De todas he aprendido. También conocí la agonía de las enfermedades y dos quirófanos que me obligaron a abandonar la pelota. Allí también aprendí. Viajé por medio mundo en búsqueda de algo que ya estaba dentro de mí. Me sumergí en miles de canciones, pero solo aprendí del silencio. Traficantes corruptos, mendigos resignados, ludópatas con encanto, amigos de noche que se convirtieron en amigos de día, allí estuvieron. Y allí siguen, algunos. Resacas con lágrimas, granos inoportunos, y tres chicas a las que quise más de lo que me quisieron. Aquí todavía no se que aprendí, pero algo aprendí. Y por suerte todavía, una vida por delante, y la convicción de que aunque la muerte viniese a mi, un confieso que he vivido, no sería ninguna mentira.

TOP (Extended version)

Yo. Las ideas de Santi. El otoño. La filmografía de Juan José Campanella. Devorar un Mentos multisabor, alegrarme de que toque fresa. La Premier en abierto. Lionel Messi. Una sobremesa con licores y amigos. Planeta Finito. Xavier Sala i Martin. Todas las canciones menos una de "Com anar al cel i tornar". Las chicas que no llevan tanga. Las dos lecciones morales de Ratatouille. El restaurante Hermanos Tomas. Kasier Chiefs. El humor de Caye. La voz de Jordi Basté. Los dibujos de Claudia. No ser un egoísta. Los textos de Sostres cuando no tiene novia. Los espaguetis De Cecco. Las comas de Josep Pla. "Como suprimir las preocupaciones y disfrutar de la vida", de Dale Carnegie. El coraje de José Tomas. Dos entradas para el próximo concierto de Pereza. Los culos que dibuja el pitillo. Hacerme el interesante con las palabras. Afers exteriors. Creerse moderadamente feliz, y que la gente te lo confirme. La vida segons Jobs. Los French 75 del Tirsa. La amistad y la familia. Cuore, Elle y Vogue. Ver toda la primera temporada de Prison Break de golpe. Tokio iluminado. La herencia de Paco Umbral. El talento ajeno. "Brighter Discontent", de The Submarines. Playa Paraíso. La vida de Edie Sedgwick. "El poder del Ahora", de Eckhart Tolle. Tener un blog, y que a la gente le entretenga.

La Oscuridad

Hoy un amigo se levantará con la polla dura pensando que su vecinita del piso de abajo ya no es la niña que hasta anoche pensaba que era. Otro amigo abrirá los ojos y verá que en el otro lado de la cama hay una menor de edad, pero de nada más. Un par de botellas de Grey Goose los hizo atractivos. Yo en cambio me levantaré solo y no me quedará otra que leer el cartel que una vez colgó mi madre: "Bona nit, Xavier. T’estimo". Y es que a mi no me salva ni el Grey Goose, ni la compensación de la suerte, ni nada. Pondré música triste y con el efecto depresor de la resaca, conseguiré derramar algunas lágrimas pensando en el amor que hace unos días se esfumó. La memoria será un castigo y el futuro, la oscuridad. Me diré que este no es modo de afrontar la nostalgia, y que cuando acabe la canción me levantaré. Pero dejaré sonar cinco canciones más. Encenderé el portátil, y escribiré cuatro palabras acerca de lo atroz del amor, sobre la absurdidad de desear lo que no se tiene, primero la libertad, y luego el amor, y luego la libertad, y la historia interminable, también.

¿Te suena?

Conoces una chica. Le pides su número de teléfono. Intercambiáis mensajes indudablemente estúpidos. Al cabo de cinco días le mandas un mensaje para quedar. La zorra no es tonta: no contesta en seguida. Impaciencia angustiosa, hasta que te contesta. Vais al cine. La besas. Crees haber encontrado a la mujer que necesitabas. Volvéis al cine. Te la tiras. Te cansas de besarla. Te pasas una noche entera tirándotela. La invitas a cenar. Se deja dar por el culo. Te sientes orgulloso de ti. Le dices que la quieres. Empiezas a dejar de quererla. Primeras preguntas mentales acerca de como deben follar todas esas tías que ves cada vez que vais juntos al cine. Pasáis un bonito día juntos. Ella te dice que te quiere ¿Es esta realmente la mujer que necesitaba? En el cine hace tiempo que no dan buenas películas. Se te hincha la polla cada vez que te preguntas como deben follar todas esas tías con las que cruzas accidentalmente una mirada. Te la follas solo para que el contador de días sin follar se ponga otra vez a cero. Otra película mala. Primer día en que ni uno ni el otro llama. Una semana. Ella tiene más coraje que tú, te deja.

Generalizando

Después de años de introspección y un poco de investigación externa llegué a la conclusión de que la ecuación que mejor describía la relación que se da entre hombres y mujeres era la siguiente:

AMOR = AMISTAD + SEXO

Para comprobar la veracidad de dicha ecuación me dediqué a despejar cada uno de los distintos términos que la formaban. Pues si nos fijamos en la amistad, bien podría considerarse como:

AMISTAD = AMOR – SEXO

Esta ecuación descubre lo que se oculta cuando una mujer te dice que quiere que seáis amigos. Luego probé de despejar el término sexo, así que obtuve:

SEXO = AMOR – AMISTAD

El riesgo de perder

Hay una distancia entre lo que realmente es la realidad y como nosotros la percibimos. Y esa distancia es la medida de nuestra ignorancia. Cuando nos gusta una chica, nos gusta la idea que tenemos de esa chica. La conoces, observas cuatro hechos, evalúas un poco, y ya te crees con la capacidad de pronosticar vuestra futura relación. Y no quiero decir que eso sea malo, seguramente en el hecho de fracasar o acertar en medio de toda esa incertidumbre radica la grandeza del amor. El riesgo, el miedo, tienen su parte moral. Pero a veces sucede, nos enamoramos de una persona que realmente no existe, y cuando el tiempo nos informa, la decepción es inevitable. Lo realmente importante es aceptar que hemos arriesgado, que podíamos perder, y hemos perdido, pero sabíamos que eso podía pasar, y que por eso no hay motivos para agobiarse.

B'n'R

Este viernes conocí a una chica que tenía los pechos grandes y el culo respingón. Su cara era un siete, sobre diez. Los tres puntos que faltan son exactamente los que se necesitan no tener para si tener una cara morbosa. Ya saben, a las chicas con la cara excesivamente bonita dan mas ganas besarlas que tirárselas. Tenía esa boca entreabierta que cuando te fijas lo primero que te viene a la cabeza es lo bien que quedaría allí adentro, tu polla. El caso es que fui sincero con ella y le dije todo eso que acabo de escribir. La sorpresa fue que ella, en lugar de tomárselo mal, me elogió. Entonces pensé, si porque cuando vas borracho y haces el esfuerzo de pensar, lo notas. Pensé, no la cagues. Eso es un penalti con un jugador de campo haciendo de portero, no lo falles. Luego ella me propuso de ir a su casa porque entendí que esta noche su compañera de piso estaba en casa del novio. Entonces pensé en el azar y en todas esas tonterías de las estrellas que se alinean. Iba muy borracho, en serio. Así que cuando el taxista paró delante del portal de su edificio y bajamos del taxi en el orden opuesto del que habíamos entrado, ella me dijo: “Tengo una sorpresa para ti”. Y a mí, que en estas situaciones no me gustan las sorpresas, el hecho de tener una sorpresa esperándome, no me hizo ninguna gracia. La miré con desconfianza, y ella en lugar de ayudar, puso cara de malvada. Será bruja. Entramos en su piso, empecé a besarla con intensidad y después de tomar aire un par de veces me llevó a su habitación. Me tiró encima de su cama, y me dijo que esperase, que en unos segundos volvía. Su habitación era grande y la cama, de matrimonio. Las persianas estaban bajadas. En las estanterías había libros de todo tipo, por lo que no pude hacer ninguna suposición prejuiciosa. “Ya voy”, oí de lejos. Pasaron unos tres minutos más. Hasta que regresó. Apareció en la puerta de la habitación disfrazada de Batman, antifaz incluido, con un disfraz de Robin en las manos. Y a mí que siempre me han dado mucho miedo los murciélagos, esta noche me obligaron a hacer una excepción.

Esas penas

Cada vez son más. Esas penas que permanecen escondidas en lo más profundo de nuestro ser, resignadas por el ritmo de nuestro días, pero que en el momento menos pensado y con la agresividad de los leones, vuelven a la luz. Los que ya no están. A veces fue la muerte, a veces fueron caminos que se separaron. Y otras veces, amores que se agotaron. Ausencia, es lo que queda. El día a día, ayuda, ayuda seguir, a no anclarse en las penas, a devaluar los recuerdos bonitos. Pero siempre vuelven, quien sabe porque, si ayudados por la soledad o el gris de una mañana sin planes, pero siempre vuelven y cada vez son más. Acechan en el alma y hacen que nos preguntemos quienes somos, o si realmente somos felices. Claro que en general casi todo el mundo esta bien para pasar un rato, pero lo que sucede es que con algunas personas alcanzamos otro nivel, de confianza, de alegría, que hace que acaben por hacerse imprescindibles. Seguramente insustituibles. Se hacen tan necesarios que el día que nos dejan, el día que se acaba, una pena en nuestras entrañas se asienta para siempre. Una pena que permanece latente en nuestro corazón, que otra vez se pregunta si un recuerdo es algo que se tiene, o algo que se ha perdido.